viernes, 26 de septiembre de 2014

Arder/Quemar - Capítulos 50: Herida de Bala - TRADUCIDOS - Julianna Baggott

PERDIZ
HERIDA DE BALA
En media hora, Perdiz está junto a Albertson en la entrada de los Archivos de Seres Queridos. Golpean y esperan. Es media noche ¿Habrá alguien de turno?
El rostro de una mujer pálida aparece en una pequeña ventana rectangular junto a la puerta. Le sorprende ver a Perdiz. Él saluda. Ella se congela un momento y después sostiene en alto un anillo con llaves. Desaparece. Los cerrojos se abren.
Abre la puerta. -¿Puedo ayudarlos? –Es una mujer pequeña con un corte de pelo justo por encima de los hombros.
-Esperaba poder tener un par de minutos. Hay alguien a quién quiero buscar. –Dice Perdiz.
Ella mira a su espalda y después dice. –Es pasada la hora. No tenemos visitantes usualmente, pero en
tu caso. –Dice ella, aturullada. –Entren.
-Gracias.
-Sabes que tu padre aún no tiene una caja.
-No estoy aquí por mi padre.
Albertson dice. –Les daré privacidad. –Mira a la dependiente, quien asiente velozmente.
Ella traba la puerta. –Tal vez sepas el camino.
-Lo hago.
-Bueno, entonces. Vendré a controlar en unos minutos.
Al adentrarse por el pasillo, Perdiz siente una extraña sensación de calma. La última vez que estuvo aquí fue como ladrón. Robó los contenidos de la caja de su madre. Su padre sabía que lo haría. Había sido embaucado.
Esta vez, es consciente de su padre. De hecho, en este momento, se siente más cercano a él que en ninguno de los funerales—¿O es que está más próximo? ¿Acercándose?
Encuentra el pasillo alfabéticamente correcto al final del cuarto y lo sigue. Sus talones chocan contra el suelo embaldosado—golpes rápidos y cortantes, como si hubiera alguien en el frío en la puerta principal, esperando a que lo dejen entrar. Tiene miedo por un segundo de no ser capaz de abrir la caja de su hermano—justo como la última vez. Pero el sentimiento es fugaz. Abrirá la caja, pero nunca sabrá si lo que hay dentro es lo que su hermano realmente dejó atrás o si es algo que su padre plantó para que lo encontrara. Ese es el pensamiento que enlentece sus pasos. No quiere tener más que descifrar sobre su padre.
Déjame en paz, quiere decirle al viejo.
Pasa por los nombres sobre el frente de las cajas tan rápido como puede. Debajo de ellos hay una lista con causas de muerte. Está buscando a Willux—Sedge Watson Willux. Camina por las V, hasta las W, y entonces se detiene.
Weed.
Marta Weed. Victoro Weed. Los nombres de los padres de Arvin. Estaban en la lista de su madre. Perdiz le preguntó a Weed sobre sus padres. Dijo que estaban bien, que tenían un resfrío, pero que eso era todo ¿Murieron?
La causa de muerte lee, simplemente, CONTAGIO.
Y entonces hay dos otros nombres: Berta Weed, cuya muerte está enlistada como ATAQUE AL CORAZÓN , y Allesandra Weed, que tiene una sola palabra escrita debajo de su nombre: INFANTE.
Perdiz recuerda el día de la excursión con la clase de Historia Mundial con Glassings. Fue Arvin quien preguntó si podían abrir las cajas. Había encontrado una tía—tal vez Tía Berta. Sus padres no estaban muertos.
¿Había quedado su madre embarazada de nuevo?
Perdiz tiene el extraño deseo de abrir la caja de los padres de Arvin. Nadie está aquí. Está sólo.
No. Estas cajas son sagradas.
Camina un par de pasos y encuentra SEDGE WATSON WILLUX y junto a él ARIBELLE CORDING WILLUX. Presiona la punta de los dedos contra el nombre de su hermano. Su mente revive el momento de la muerte suya y de su madre—juntos—el beso, la explosión, la sangre esparciéndose finamente a su alrededor.
Sacude la cabeza. -No. Viva. Quiero verla viva. –Cierra los ojos y piensa en ella en la playa, metida hasta los tobillos en la espuma oceánica delineando la costa. Su cabello vuela al viento. Está mirando al horizonte. Él susurra. –Mírame. –Y ella gira la cabeza, y puede verle el rostro. Su madre se tira el pelo hacia atrás y lo mira con amor. Amor real. Le duele la garganta.
Abre los ojos. La causa de muerte de su hermano es la misma que cuando estuvo aquí la última vez, la mentira que solía creerse: HERIDA DE BALA, AUTO-INFLINJIDA. Odia a su padre por matar a su hermano—dos veces. Una vez con una mentira. Otra al tocar un botón.
La última vez que estuvo aquí, no podía soportar ver la vida de su hermano reducida al contenido de una caja.
Pero ahora, tomará lo que pueda obtener.
Saca la pequeña caja de su ranura, aguanta la respiración, y la abre.
Está vacía.
Mete la mano y la presiona al fondo—como Sedge una vez le enseñó, nadar hasta el fondo de la parte más profunda de la pileta y aplanar las palmas contra el piso. Un recuerdo rápido y cortante.
Sedge le enseñó a nadar.
Devuelve la caja a su agujero y después tira rápidamente de la manija de la de su madre.
Nada, por supuesto. No tiene nada en absoluto ¿Esperaba algo? ¿Sigue queriendo algo de su madre?
Sí, lo hace. La extraña con un dolor agudo.
-¿No hay mucho que robar esta vez, o no?
Se gira y allí está la dependienta. Ella se aprieta su saco de punto al alrededor de las costillas y cruza los brazos. Perdiz debe de verse tan culpable. No sabe qué decir.
-Estaba de turno la última vez que estuviste aquí. De hecho, -Dice ella inclinándose hacia él con su pelo meciéndose hacia adelante, tocándole las mejillas. –Era yo quien controlaba las cámaras cuando tomaste las cosas de tu madre.
-Se lo reportaste a mi padre ¿Supongo?
-Oh, la cadena de mando es larga y complicada. No conocía el motivo de por qué se suponía que robarías esas cosas. Sólo sabía que era bueno si lo hacías y que debíamos entonces dejarte ir.
-Fue un ardid bastante elaborado. –Dice Perdiz. –Le concederé a mi viejo eso.
La dependienta asiente. –Intentó hacerlo también con Sedge. Un plan muy similar. Un par de años antes de que aparecieras por aquí.
-¿Qué quieres decir conque lo trató con Sedge?
-Oh, Sedge también fue traído en una excursión—no con ese maestro tuyo. Era alguien más. Y fue con la caja de tu madre. Y dentro había retazos de piezas, chucherías, como las que encontraste. Pero no las robó. No pudo. Miró a su alrededor y estábamos mirándolo por medio de cámaras de vigilancia—yo y otro dependiente a cargo de reportarlo pero no detenerlo. No, no. Sabíamos que quería robar sus cosas. Nos aseguramos de que esté bastante solo. Pero había algo en él que no lo dejaría tomarlas. –La dependienta sonríe ante la memoria. -¡No es tanto un ladrón como tú!
Así que su padre probó a Sedge ¿Pero su negación contó como aprobar o fallar?
-Aunque Sedge se tomó mucho tiempo. –Dice la dependienta. –Leyó una pequeña tarjeta de cumpleaños—esa era para él, por supuesto, con su nombre en ella. Miró el collar con la borla en él, y algo más.
-¿Una caja de música? –Dice Perdiz.
-Sí.
Era una caja de música. Y si me lo preguntas, se dio cuenta de algo al sostener esos objetos. Lo sintió en lo profundo. Lo que encontró lo conmovió. Supo algo que no sabía antes.
-Quizás supo que nuestra madre podría no estar muerta, después de todo.
-¿Es eso?
Perdiz asiente.
-Después fue a las Fuerzas Especiales. Escuché que fue el primero en ofrecerse voluntario para dejar la Cúpula. Quería estar allí afuera. –La dependienta pasa la mano por un par de asas. Cada una resuena, metal contra metal. -Tal vez fue a buscarla. No de la forma en la que tú lo hiciste, pero a su propia manera.

Entregó su cuerpo a las Fuerzas Especiales. Se volvió una máquina de lucha, casi un animal sin habla. De alguna forma mantuvo una parte de sí mismo y, al final, nunca se volvió contra su hermano. Luchó por él.
Perdiz se pone una mano sobre los ojos, inclina la cabeza. Empieza a llorar. Se imagina a Sedge en los momentos después de saber qué había en la caja de archivos personales de su madre ¿También dejó su padre la pista de que podría estar viva fuera de la Cúpula? ¿Sintió como si quisiera peinar toda la tierra por ella, de la forma en la que Perdiz quería? –Lo extraño. –Dice.
-¿Piensas que una persona sólo existe en un cuerpo? No, no. –Dice la dependienta. –No mucho más que la vida de una persona puede encajar en una pequeña caja de metal. Está aquí. –Dice y agita la mano en el aire como si estuviera repentinamente cargado con electricidad. –Todos. –Dice. -¡Están todos a nuestro alrededor! ¡En todos lados!

domingo, 21 de septiembre de 2014

Arder/Quemar - Capítulos 43 a 49 - TRADUCIDOS - Julianna Baggott

PERDIZ
CONFETI
-Baila conmigo. –Grita Iralene por sobre la música. –Vamos.
Perdiz se siente sorprendido. Pressia iba a golpearlo. Sus ojos revolotean por la multitud, por mesas de banquete, vestidos brillantes, cabello lustroso, cubiertos relucientes, arcos dorados en el techo ¿Ésta fue la primer mirada de Pressia a la Cúpula? Y él está en el centro de todo, tomando champán en un traje hecho a medida, junto a su novia, ¿esposa? –No puedo. –Dice en voz baja.
Y justo entonces, alguien en alguna parte suelta confeti rosa. Lo vuela una máquina oculta y revolotea a su alrededor. Le recuerda el principio de todo—corriendo por el filtro masivo de aire, las aspas gigantes de ventilador, cortando los filtros rosas, todas las fibras girando a su alrededor. Le recuerda a la forma en la que la ceniza flota en el aire—allí afuera—y a Lyda y lo que ella dijo sobre estar encerrado dentro de un globo de nieve.
Iralene le tira del saco. -¡No dejes que Pressia lo arruine! Llegará a conocerme, y le gustaré. A ti tampoco te guste la primera vez. –Dice.
La chica lo empieza a empujar hacia la pista de baile. Él la detiene y la mira a los ojos. Recuerda cómo era la primera vez que la conoció. Estaba rígida y rara—casi como un extranjero. Y era una extranjera. Había vivido tanto tiempo suspendida. –Hice un desastre.
Ella envuelve los brazos a su alrededor, lo sostiene con fuerza. –No, no lo hiciste. Hiciste lo correcto. Te vi hacerlo. Sé que es la verdad. Se lo explicarás todo. Entenderá.
-No creo que jamás lo entienda.
-Sé qué harás, Sr. Perdiz Willux.
-¿Qué?
-Tienen el mejor regalo del mundo para darle, y una vez lo hagas, te perdonará todo. -Iralene le sonríe. -¿Verdad?
Perdiz tiene a su abuelo. Vivo. El ventilador asentado en su garganta fue sacado, y lo enmendaron, suspendieron. Incluso podría tener a su padre, aunque no puede acceder a esa cámara—no aún al menos.
Por ahora, puede devolverle a su abuelo. Puede intentar. Pero siente como si se estuviera ahogando. Falló.
Pressia lo sabe. Probablemente no sepa lo peor de eso.
-Al final, mirarás hacia atrás y todo tendrá sentido.
¿Alguna vez tendrá sentido? ¿Alguien alguna vez mirará a esta serie de eventos y sabrá que trató tan duro de hacer lo correcto—mientras todo se desmoronaba a su alrededor? -¿Qué más puedo hacer? –Dice.
-Puedes bailar con la Sra. Perdiz Willux.
Aún sorprendido, deja a Iralene llevarlo a la pista de baile, confeti llenando el aire, ensuciando el suelo como nieve rosa.

PRESSIA
SALTADOR
-Usualmente soy yo el que está vestido de guardia. –Dice Beckley. -¿Te molesta si me saco la corbata?
-¿Qué me importa? –Dice Pressia. Está furiosa. Tiene la sensación de dos puños golpeándole el pecho a la vez.
Bradwell tenía razón—sobre los Puros, sobre Perdiz. Le avergüenza haberse tragado la alegría, el amor, la desnuda esperanza de una boda—incluso por un segundo. Extraña a Bradwell más que nunca.
Él dice lo que quiere decir—incluso aunque sabe que a ella no le va a gustar. Es un lío—todos los humanos lo son—pero al menos es real. Il Capitano y Helmud también. Se pregunta si siquiera tendría que haber venido. Pero puede sentir la caja de metal clavándosele en la cadera. Debe tratar de salvar gente. Tiene que darle una oportunidad—incluso si Perdiz es una causa perdida.
Están caminando por una calle vacía. Los frentes de las tiendas están cubiertos con fotos de Perdiz e Iralene en varias poses. Se detiene en una del chico empujando a su prometida en una hamaca de madera. –Míralo.
Beckley se mete el moño en el bolsillo y para. –Estaba allí. –Dice. –Él no quería posar para las fotos.
-Tal vez no quería posar para ellas, pero el hecho es que lo hizo. Dejó que alguien los fotografiara. –Mira el rostro de Beckley. Es más grande que ella por bastante, se ve algo endurecido.
-¿Cómo es? –Dice ella. –¿Vivir en este lugar?
-¿Qué se yo? Ha pasado tanto tiempo que ya no tengo a nada con qué compararlo.
-¿No recuerdas el Antes? No te creo.
-Quizás esa es tu primera lección. No deberías creerle a nadie aquí. –Él se vuelve a poner en movimiento.
Ella camina detrás con rapidez. -¿Es siempre así de horrible y hermoso?
-Generalmente no está tan iluminado, pero sí.
-Perdiz dice que va a traer a mi abuelo de vuelta. Está muerto, Beckley ¿Piensa Perdiz que es Dios?
Fue cruel de parte de él decirlo—prometerle su abuelo. Perdiz sabe qué significaría para ella tenerlo de nuevo. Fue el único padre real que alguna vez conoció. No era su abuelo verdadero, pero eso sólo hacía todo lo que hizo más remarcable. Le salvó la vida.
-Dime ¿De qué lado estás? –Pregunta ella.
-No hay lados.
-¿Y es esa la segunda lección?
-Supongo que puede ser.
-Creo que hay un lado bueno. –Dice Pressia. –Y estás en él o no lo estás.
El guardia mira a la chica y después al aire mustiado. –De todas formas ¿Cómo es allí afuera?
¿Cómo puede describir el mundo fuera de la Cúpula? Es imposible. –No sé. –Dice Pressia. -Real.
Beckley mira el punto en la estrecha acera, más blanca que el resto.
-¿Qué es eso? –Pregunta Pressia.
Él se detiene, mira al edificio y apunta a una de las ventanas que ha sido cubierta por plástico grueso. –Saltador.
-¿Saltador?
Él asiente.
-¿Te refieres a que alguien saltó por esa ventana?
-Sip.
-Y la acera está blanca porque…
-Limpiaron la sangre con blanqueador. –Beckley se mete las manos en los bolsillos y sigue caminando.
Pressia mira de lado a lado la acera y la calle estrecha. Ve otra mancha de blanqueador. Después otra. Todas se ven frescas.
-¿Por qué hay saltadores, Beckley? –Pregunta.
-Es tan horrendo como hermoso, ¿O no? Y a veces también es real aquí. –El guardia camina hasta la puerta principal de un edificio departamental, aprieta el timbre. La puerta se abre. Entran a la recepción con lujosos muebles de terciopelo y grandes espejos con marco dorado. Orquídeas brotan de floreros ornamentados. No pueden ser reales.
Beckley asiente hacia un hombre sentado detrás de un escritorio. Está mirando una TV en miniatura. Pressia no ve una televisión desde el Antes. Tiene lluvia pero color—y entonces reconoce el lugar. El hombre está viendo la recepción de boda de Perdiz e Iralene.
-Es el gran día. –Dice el hombre, frotándose la panza. –Pensé que estabas allí.
-Otro día, otro dólar. –Dice Beckley.
El hombre mira a Pressia pero no hace preguntas.
Beckley la lleva a un ascensor. La puerta se desliza y abre. A Pressia la pone nerviosa tener que entrar a la casa, pero se niega a mostrarlo. Se para detrás de Beckley, quien ilumina un botón circular, y presiona la espalda a la pared. El elevador se sacude y sube. Se le da vuelta el estómago.
Justo cuando el ascensor se detiene, Beckley se estira y sostiene un botón. –Lyda no lo está llevando muy bien allí dentro.
Pressia se adelanta. -¿A qué te refieres?
Beckley sacude la cabeza. –Hoy puede no ser fácil, por obvias razones.
El guardia se cubre la boca con el puño y tose. Entonces, con su mano aún alzada, dice. –Una vez tenga al bebé, la van a volver a meter.
-¿Volver a meter?
El hombre suelta el botón y la puerta se abre. Mira a un lado y al otro del pasillo. –Perdón. –Dice, sacándole el arma de la pistolera. -Protocolo. –Y luego murmura, tan suave que ella apenas puede descifrar lo que dice. –Volverá al centro de rehabilitación. Para gente loca. Nunca saldrá.
-Pero el bebé…
-El bebé estará bien. –Susurra él. –El bebé es un Willux.
PRESSIA
MADRE E HIJA
El departamento es prístino, espacioso: muebles blancos, cortinas blancas, muros blancos enmarcados con impresiones de flores en vasos que casi hacen juego con las flores en los floreros sobre las mesas aquí y allá. Y sentados en dos sillones hay dos mujeres, un hombre y una chica, todos perfectamente posicionados alrededor de una televisión brillante, sintonizada en la recepción, por supuesto. No se le puede escapar.
Lyda no está entre ellos. A Pressia le disgusta la vacía perfección de todo ¿Alguien va a dejar que Lyda vuelva a ser mandada al centro de rehabilitación después de sacarle su bebé? ¿Sabe la gente el secreto?
Pensó que sabía qué era el infierno. Pensó que lo conocía íntimamente—una alimaña agarrándola en un campo de escombros, las muerterías de la ORS, los Terrones alrededor de Crazy John-Johns, las criaturas contenidas en la niebla en Irlanda, enfermas, los pulmones tapados, una muerte lenta.
Pero no. Este es un infierno que nunca se imaginó—uno educado y vicioso.
-¿Dónde está Lyda? –Les pregunta Pressia.
La miran, cada par de ojos observando su puño de cabeza de muñeca envuelto. No soporta la forma en la que la miran boquiabierta. Desgarra los vendajes. Debería haberlo hecho en la recepción—mostrarles la verdad de quién ella es. Deja caer el vendaje al suelo. Se siente libre de nuevo—como si la cabeza de muñeca pudiera ahora respirar.
Una de las mujeres toma a la niña y la abraza contra su pecho.
-¿Quién es esta, Beckley? –Pregunta la otra mujer. Se levanta y su vestido ondea como si estuviera debajo del agua.
Beckley da un paso hacia adelante. –La media-hermana de Perdiz. -Dice.
Pressia se saca el gorro y lo tira en una mesa para que puedan ver las quemaduras curvadas alrededor de uno de sus ojos. –¿Dónde está Lyda?
El hombre le dice a la mujer apretando a la niña. –¡Llévala a la cocina! ¡Por el amor de Dios!
-¡No! –La chica dice. -¡Quiero verlo!
Pero la madre dice. -¡Calla, Vienna! ¡Muévete! ¡Ahora!
El hombre agarra el brazo de la chica y la empuja hacia la cocina, la mujer los sigue de cerca.
La señora del vestido flotante se mantiene firme. Le dice a Beckley, ignorando a Pressia. -¡No quiero a mi hija hablando con esta Miserable! ¿Me escuchas? ¡Esta situación ya es lo suficientemente delicada!
-¿Eres la madre de Lyda?
La mujer mira a Pressia. Simplemente asiente cortante. -¡No lo soportaré! –Le sisea a Beckley. -¡No lo soportaré! ¡Dile que debe irse!
Beckley se encoge de hombros. De hecho, se ve algo divertido por la situación. –Puedes decírselo tú misma. Soy un guardia, no un mensajero.
-¿Perdona? No puedes usar ese tono conmigo. –Dice la madre de Lyda. –Espera a que reporte esto ¡Sólo espera!
Beckley sonríe con suficiencia. No le teme a la madre de Lyda. Puede ser que las mujeres dentro de la Cúpula nunca son tanta amenaza como escuchó que eran en el Antes, con el peso del feminismo femenino.
La madre de Lyda parece como si fuera a llorar, como si fuera bien consiente de que no tiene poder real. Dice. –Quiero lo mejor para mi hija. Mi única hija.
-¿Es eso verdad? –Tal vez tiene poder y Beckley lo está probando, por el bien de Lyda o el de ella.
La señora se gira; su pollera revolotea a su alrededor. Agarra su bolso y dice. –¡No puedo trabajar bajo estas condiciones! Soy una profesional.
¿Está aquí trabajando? ¿Es una madre profesional? Pressia no entiende.
La madre de Lyda camina hacia la puerta. –Quiero el cuarto de bebé desmantelado. Quiero que todo sea tirado y reemplazado. Cada cosa ¿Me escuchas? –Su voz es fría y distante.
Beckley no responde. Destraba la puerta y la mantiene bien abierta. Mientras la mujer pasa, mira de vuelta a Pressia. Ahora no parece enojada; es como si toda esa emoción se hubiera disipado repentinamente y como si lo que saliese en su lugar fuera miedo.
A Pressia le gusta. Piensa en Il Capitano—miedo es poder. No hay duda de por qué le gustó todos esos años. Lo hizo sentir protegido y a salvo.
Beckley cierra la puerta detrás de la madre de Lyda y se gira hacia Pressia. –Sacaré a la familia Culp de aquí. –Dice. –Puedes ir por ese pasillo. Lyda probablemente esté en el cuarto de bebé. La puerta está en la derecha. Tendrá traba.
-Gracias, Beckley. –Dice ella.
-¿Por qué? –Dice él.
-Ya sabes. –La respaldó.
El guardia asiente y va hacia la cocina.
Mientras camina por el pasillo, Pressia huele algo familiar—humo.
LYDA
PRUEBA
No.
Perdiz vendrá por ella. Empezarán una nueva vida. La ama. Recuerda despertarse con él en el vagón de subterráneo, el sucio viento levantando su capa. La besó rápidamente, antes de que Madre Hestra pudiera atraparlos. Luego, yaciendo uno junto al otro en la casa del alcalde, Perdiz fue el que quiso que vaya con él. La forma en la que la miró, en que la tocó, cómo se sintió cuando estaban cerca del otro—eso era amor ¿O no? ¿Puede el amor simplemente desaparecer?
Ella fue quien le dijo a Perdiz que se case con Iralene—para frenar los suicidios ¿No fue lo correcto que hacer? ¿Fue armado? ¿Quería Perdiz permiso para traicionarla?
Mira alrededor del cuarto—la cuna desmantelada, el pequeño colchón inclinado contra una pared junto a una pila de libros de bebé despedazados y el bol de cenizas donde quemó hoja tras hoja, la pila de lanzas que talló de los palos, las virutas ensuciando el suelo y las bolsas de hilo y agujas de tejer que le trajo Chandry.
Mira su vestido rasgado, lo apretado que está alrededor de su cintura, donde su panza seguirá creciendo… este es el cuarto de un loco, y ella es la loca dentro ¿Ha estado tan depravada del sueño que no podía verlo claramente por lo que era?
Levanta los pedazos de su vestido. Lo tirará a la basura, y nadie verá lo que le hizo. –Puedo cambiarme. –Susurra. –Puedo volver a ser mi vieja yo. –Alza la bolsa de elementos de tejido. –Puedo hacerlo. –Camina hacia la pila de libros de bebés destrozados, queriendo esconderlos, pero accidentalmente patea el bol de cenizas, que se desparraman por el piso. Se arrodilla y trata de devolver las cenizas al bol, pero mancha el suelo con hollín ennegrecido. Entre más la frota, más oscura se vuelve la mancha.
Hay un golpe en la puerta.
No, no. -¿Quién es? –Es su madre. Lo sabe. Su madre vuelve para decirle qué tan avergonzada está, cuan mal está Lyda, qué niña terrible crió. Le dirá a Perdiz todo sobre el cuarto del bebé.
-Lyda.
No es su madre. Es una voz que reconoce pero que no puede ubicar.
Se para y en silencio camina hacia la puerta. Toca la madera con la punta de los dedos, suavemente, como una araña de agua en la superficie de un estanque. Recuerda verlas de niña—empujando y deslizándose tan ligeras como el aire. -¿Quién es?
-Soy yo. Es Pressia.
No, no puede ser. Es un truco. Sacude la cabeza. –No te creo.
-Lyda, soy yo. Tenemos que hablar.
¿Cuánto pasó desde que en verdad durmió toda la noche? Quizás su falta de descanso la volvió paranoica, o tal vez debería estar paranoica. -¡No confío en ti! –Mira las esquinas superiores del cuarto donde cubrió las cámaras. –Sólo déjame en paz. Dile a Perdiz… -Pero no puede completar la oración ¿Qué querría que alguien le dijera a Perdiz?
-Puedo probar que soy yo. –La voz dice. –Pregúntame algo que sólo yo sabría.
Piensa en los tiempos que estuvieron juntas. –La granja. –Dice. –Dime.
-Todos estábamos allí. Illia también. Mató a su marido. -Illia. Lyda la recuerda en la bañera, sus puños brillantes sacudiéndose en el aire.
-Está muerta. –Dice Lyda. Quizás la gente en la Cúpula ya lo sepa. Necesita algo más específico. –El tapizado. –Dice Lyda. –Cuéntame sobre el tapizado en el cuarto de operaciones.
-Botes. –Dice Pressia. –La pared estaba cubierta de pequeños botes porque no era un cuarto de operaciones. Una vez fue una habitación de bebé.
Lyda mira a su alrededor, su propio cuarto de bebé ¿Es por eso que preguntó? El tapizado fue prueba de que alguna vez Illia pensó que iba a tener un bebé y entonces, por algún motivo, no lo tuvo.
Esto es a lo que más le teme ahora. Si Perdiz verdaderamente se casó con alguien más, ¿Qué pasará con ella y el bebé? Se encuentra repentinamente exhausta. Se inclina contra el muro, descansando la mejilla contra su frialdad, aplastando las palmas de sus manos. Mira a la manija ¿Está Pressia del otro lado? ¿Es una mentira? ¿Puede confiar en algo de lo que alguien diga dentro de la Cúpula?
Mira la leve huella de ceniza que marcó su mano. Aprieta la traba en la manija, la gira y abre un poco la puerta.
No puede mirar. Quiere ver tanto el rostro de Pressia que empieza a llorar.
-Lyda.
Levanta la vista.
Pressia ¿Cómo es posible?
Pressia entra en el cuarto del bebé, cierra la puerta con traba de nuevo, y las dos se abrazan.
Se sostienen mutuamente con fuerza.
PRESSIA
CYGNUS
Lyda tiembla en lo profundo. Apenas puede estar de pie. Pressia la sostiene en alto. –Debemos sacarte. Van a llevarte y tomar al bebé una vez haya nacido.
Lyda asiente ¿Ya sabe que es verdad? Si no, no la sorprende. –Quiero volver con las Madres. Este lugar—no puede ser salvado.
-Escucha, tenemos intensión de derribar la Cúpula. –Susurra Pressia.
-¿Realmente van a hacerlo? ¿Pueden?
-Si Perdiz se ha vuelto contra nosotros, tendríamos que. –Dice Pressia. -
Bradwell e Il Capitano están afuera, esperando mi palabra,
-¿Esperando por palabra para tirar abajo la Cúpula? ¿Cómo mandarías el mensaje?
-No lo sé. Pensé que tendría ayuda una vez estuviera aquí.
-Cygnus. –Dice Lyda en voz baja. –Están aquí. Son los seguidores de tu madre. Pueden ayudarnos, creo.
-Alguien de Cygnus me encontró cuando recién entré a la Cúpula.
-Podemos tratar de que nos ayuden. Sé que podemos. –Dice Lyda. -¿Qué dirá el mensaje?
-Bueno, no estoy lista para mandarlo. Tengo la cura conmigo. -Dice Pressia. –Necesito llevársela a alguien que sepa qué hacer con ella. Todavía podemos salvar gente—los sobrevivientes. Podemos hacerlos completos. No podemos derribar la Cúpula hasta que trate de darle esto a alguien en quien podamos confiar.
-Sí, pero ¿Qué tipo de mensaje enviarías? ¿Qué diría? -Pregunta Lyda.
-Sería algo que sólo puede ser mío. –Mantienen sus voces bajas.
-¿Un mensaje en código?
Pressia asiente. –Le diría a Bradwell que nuestras vidas no son accidentes. Este es el principio, no un final. Le diría que haga lo que deba hacer. Sabrá que es de mí y que es tiempo de tirar todo abajo. Tal vez una imagen. –Piensa en Cygnus, la constelación, los seguidores de su madre—su madre sigue con ella, de alguna forma. –Quizás un cisne.
-Creo que puedo encontrar a alguien que ayude a enviarla. –Dice Lyda.
-No estoy segura de si alguna vez será lo correcto. Es sólo que Perdiz parece ido. Tan ido…
-Está ido. –Dice Lyda. –Lo está.
-Me dijo que tiene a mi abuelo, que lo va a traer de vuelta—de los muertos ¿Es eso posible, Lyda? ¿Lo es? –Pressia tiene miedo de que Lyda le diga que sí, y también de que le diga que no.
-¿Es por eso que realmente estás esperando a decirles que la derriben? ¿Tu abuelo? –Lyda aspira desigualmente.
-¿Es posible que siga vivo? Por favor, dime.
-Pueden hacer cosas que parecen buenas, pero son horribles, Pressia ¿Me entiendes? Horribles. –Empieza a llorar de nuevo, peor esta vez, sus costillas convulsionan. -¡Manda el mensaje! ¡Mándalo!
Pressia la abraza y la mece gentilmente. –Todavía no. Dame tiempo.
-Entonces hazme un pequeño favor. –Susurra Lyda, su voz temblando.
-¿Qué?
-Dile al guardia que el orbe está roto.
-¿El orbe?
-Los orbes mantienen las imágenes de los cuartos cambiando. No puedo explicarlo. Sólo prométemelo.
-Lyda, justo ahora tenemos que concentrarnos en—
-¡Sólo díselo! -Grita Lyda.
-Bueno. –Dice Pressia tan gentilmente como puede. –Se lo diré. Está bien. Va a estar bien.
-Estoy tan cansada. –Susurra Lyda. –No puedo dormir.
-Estoy aquí. –Dice Pressia. –Podrás dormir ahora. Estoy aquí.
PERDIZ
CAMAS DE LATÓN
Perdiz alza a Iralene, la lleva atravesando el umbral dentro de una suite en el pent-house. Esta es una luna de miel.
No debería estar sorprendido por el lujo de todo, pero lo está. La suite es exuberante—incluso después de todos los lujos del día. Deja a Iralene sobre sus tacos y juntos caminan por una sala de estar con muebles de cuero y un comedor, por un piano de cola mignon y una bañera con patas de garra en un baño tan grande como un dormitorio.
Perdiz no puede dejar de pensar en Pressia. Desde que la vio, no puede evitar ver todo doble: desde su perspectiva y desde la de ella—toda la arrogancia, riqueza gastada y crueldad de tanto lujo cuando ambos saben qué hay fuera de la Cúpula. Se siente atragantado por la culpa.
Iralene tomó demasiado champán, y él también—más de lo que debía porque quería ahogar la culpa. Pero ahora desea no haberlo hecho. Le gustaría ser capaz de pensar. Debe llegar con Pressia y Lyda lo más pronto posible ¿Cómo?
Iralene corre adelante suyo y abre la puerta del dormitorio. Lo llama. -¡Tienes que ver esto! ¡La cama es tan grande como una pileta! –Desaparece en el cuarto.
Él camina hacia el salón pero no entra a la habitación. Esta no es una luna de miel real
Iralene saca la cabeza por la puerta del dormitorio y lo mira. -¡Zambullámonos! –Se saca los zapatos.
-Iralene, -Dice él. –Sabes que es todo falso.
-¿Qué? –Dice ella. –No puedo escucharte.
Él camina hasta la puerta de la pieza y se inclina contra el marco.
Iralene había trepado la cama de dosel, su manta blanca cubierta de pétalos. Se gira y cae de espaldas, los brazos estirados, los pétalos rebotando a su alrededor. -¡No te escucho! ¡No te escucho! –Canta.
Perdiz camina hacia la cama y se sostiene a uno de sus postes, como alguien en un bote tratando de recuperar el equilibrio.
Es, de hecho, una gran cama con dosel—con un brillante marco de latón.
Como la que estaba arruinada en el tercer piso de la casa del alcalde donde él y Lyda se arroparon y tuvieron sexo—donde él le contó que la amaba.
Una cama de latón.
-No puedo dormir aquí, Iralene.
Ella alza a cabeza. -¿Qué?
-Sabes que no puedo. Sabes por qué.
-Pensé que lo decías en serio. Lo que dijiste hoy. Lo que me prometiste. Lo sentí.
-Creo que sí lo hacía.
-¿En serio?
-No sé.
-¿Sabes en qué soy buena, Perdiz? ¿Sabes cuál es mi rasgo más perfeccionado?
Se propulsa sobre sus codos. Se ve hermosa en la cama rodeada de pétalos de flores. –No tengo idea.
-Paciencia.
Tiene razón. Creció a la espera, suspendida. Se refiere a que va a esperar a que realmente se enamore de ella—de ella y de nadie más.
-Voy a ponerme al teléfono y hablar con Weed. –Dice Perdiz. –Quiero que ayude a Peekins con el abuelo de Pressia. Quiero que trate de ayudarme a entrar en la cámara bloqueada sin nombre de allí abajo. Tengo que—
-Haz lo que necesites hacer, pero recuerda—todavía me debes.
-Lo sé. –Dice él, pero la voz de Iralene cambió de una forma que lo puso intranquilo. Se dirige hacia la puerta.
-Perdiz. –Ella susurra.
Él se detiene.
-Puedes no haberlo dicho en serio lo de hoy, pero yo sí. –Dice Iralene. –Sólo para que sepas. A veces no lo hago. A veces tengo que decir lo que la gente quiere que diga o lo que necesite para sobrevivir. Aunque hoy lo decía en serio. Cada palabra.
Perdiz asiente. Cierra la puerta con gentileza y se para allí por un momento ¿Por qué nunca Lyda le respondió las cartas? ¿Cómo se siente sobre él ahora? ¿Realmente quiere saber la respuesta a esa pregunta?
Camina por el pasillo a la sala de estar de la suite. Se acaba de casar, pero por algún motivo, se siente increíblemente solitario. Tal vez es porque está solo. Su madre, su hermano, su padre—todos se han ido.
Justo ahora extraña a Sedge más que nada. Sedge habría sido su padrino. Quizás incluso lo hubiera podido aconsejar. Perdiz ni siquiera tiene un recuerdo de su hermano.
Entonces le viene a la memoria la excursión a la que Glassings llevó a su clase de Historia Mundial—los Archivos de Seres Queridos. Todos los chicos de la academia caminaron por los pasillos alineados con cajas en orden alfabético, cada una con un objeto personal de alguien que murió.
Había abierto la caja de su madre, donde encontró algunas pistas importantes de su existencia—pistas que le habían sido plantadas. Pero nunca abrió la de su hermano. No había tenido el coraje. Ahora desea haber visto lo que hay dentro.
Y entonces se da cuenta de que no necesita permiso para ir a los Archivos de Seres Queridos. Está a cargo.
Quiere ir. Ahora. Extraña a su hermano y quiere ver qué hay en esa caja.
Se da cuenta de que parece loco, tal vez borracho ¿Pero a quién le importa?
Camina hacia la puerta de la suite y la abre. Allí, parado con firmeza, hay un guardia. No Beckley. Él sigue con Pressia y, probablemente, ahora con Lyda. Éste es un guardia que no conoce bien para nada—Albertson.
-¿Señor? -Dice Albertson.
-Quiero que me escoltes a un lugar.
-No puedo simplemente hacer eso, señor. Tendría que obtener permiso. Tendría que hacer llamadas.
-¿A Foresteed?
Albertson aparta la mirada.
-Es mi día de boda, Albertson. Qué tal si como regalo no haces ninguna llamada, ¿sí?
-No sé. –Dice Albertson. –Es sólo que no estoy seguro.
-Vamos, Albertson. Sabes que es lo correcto. Sólo un pequeño viaje. Tú y yo.
-¿Ahora, señor?
-Sí.
-¿A dónde?
-Quiero visitar a mi hermano.
IL CAPITANO
MIERDA QUE SÍ
Il Capitano siente una gran presión en el pecho. Está en el suelo de la bóveda del banco, las cajas del depósito de seguridad se emborronan en la pared. Está oscuro, excepto por un par de linternas parpadeantes. El jadeo de Helmud en su espalda. -¿Qué es esto? –Dice Il Capitano. Le retumba la cabeza. El aire está lleno con el olor a biodiesel.
Una mano toma una de sus muñecas y después la otra, y al sentir que se las atan detrás de la espalda, se sacude y retuerce. -¿Qué demonios pasa?
Pero ahora alguien los está aplastando contra el suelo.
Una voz de hombre dice. –Estamos listos para arrastrarlos, Frost.
El hombre a su espalda, Frost, murmura. –Bueno.
¿Dónde está la bacteria? Helmud lo está empujando, y puede sentir los bordes agudos de la caja. –Revísala. –Le gruñe a su hermano.
Helmud no responde.
-¡Revísala! –Grita Il Capitano de nuevo. -¡Revísala!
Todavía nada. E Il Capitano sabe que ya no está. Es un fracaso. Perdió lo único que podía derribar a la Cúpula. Se acabó.
-¿Bradwell? -Grita Il Capitano. -¿Estás aquí? –Alza el mentón, raspándose con el suelo, y gira la cabeza. Dios, no quiere que sepa que ya no está.
Bradwell está sentado en el suelo, ya amordazado, sus brazos detrás de su espalda. Dos hombres están parados junto a él, uno a cada lado. Bradwell debe de haber luchado con bastante fuerza. Tiene un corte en la cabeza, sangre corriéndole por la sien. Sacude la cabeza y pasa los ojos hacia la pared de cajas detrás de él. Il Capitano no puede leer el gesto.
Divisa la lata de gasolina cerca de la puerta circular de un metro de espesor de la bóveda del banco ¿Qué diablos están haciendo con eso aquí abajo? No puede ser bueno.
El rostro de Gorse repentinamente aparece al apoyarse sobre una rodilla. Sostiene un rifle viejo de la ORS. –Pensaste que podía perdonar y olvidar todo el asunto con la ORS ¿eh? ¿Pensaste que todos veríamos alguna nueva versión brillante al regalar comida y abrigo, y todo el resto desaparecería?
-¿Por qué ataron a Bradwell? Está de su lado.
-¿Lo está? Parece que perdió su camino, aliándose contigo.
Il Capitano mira a Bradwell. Se siente mal por haberlo arrastrado. Bradwell encoge sus pesadas alas—una especie de perdón. –Pero realmente he cambiado. –Dice Il Capitano.
-¿Alguna vez pagaste por lo que hiciste? –Dice Gorse. -¿Lo hiciste?
No tiene que pensarlo mucho. La respuesta es no. No pagó en realidad. Impartió tanta muerte y sigue vivo. -¿Qué van a hacer conmigo?
-¿Conmigo? –Susurra Helmud.
-Será servida justicia. –Dice Gorse, y después mira a Frost, quien tiene a los hermanos trabados contra el suelo. –Ve y amordázalos a ambos.
-¡Gorse, espera! –Grita Il Capitano. -¡Pensé que éramos amigos!
-Ahora sabes mejor.
-¡Pero encontramos a tu hermana!
Gorse se para y le apunta el rifle a la cabeza. –No vuelvas a hablar de mi hermana. Quizás esté muerta. Quizás esté viva. Pero el hecho es que pensé que estaba muerta todos estos años por ti ¿Cuántos dejaste morir en las muerterías? ¿Cuántos se congelaron en tus jaulas? ¿Cuántos cazaste y usaste como blanco? ¿Mantuviste la cuenta? ¿Eh?
Il Capitano trata de luchar de nuevo contra las cuerdas. Si no puede librarse es hombre muerto. Ambos, él y Helmud. Gorse lo patea en las costillas. Se dobla a la mitad. Jadea en el piso, retorciéndose sobre el dolor, mientras Frost le envuelve un trapo en la boca, haciéndolo aún más difícil respirar.
Justicia, piensa Il Capitano. Está bien. –Golpéame de nuevo. –Gruñe contra el trapo. -¡Hazlo! –Es lo que se merece. Pero puede escuchar los gritos de protesta de su hermano pronto sofocados. Il Capitano no dejará que Helmud pague. Luchará por él, por sí mismo. Es quién es. Peleará todo el camino.
-¿Le tapamos los ojos? -Pregunta Frost.
-No. -Dice Gorse. –Quiero que vea esto.
Frost tira de Il Capitano para ponerlo de pie. Los dos hombres, ambos con rostros retorcidos y metal sobresaliendo de sus brazos, como si hubieran estado en el mismo lugar durante las Detonaciones y tuvieran suerte de no estar fusionados juntos, levantan también a Bradwell. Caminan por la puerta dentada de la bóveda del banco hacia los yacimientos desmoronados de la recepción y por el agujero en los escombros—no le es tan fácil con las manos atadas detrás de la espalda, bajo el peso de su hermano.
Sobre el nivel del suelo, el viento es frío y cortante. Bebió demasiado; se siente enfermo. La cabeza lo está matando, y se siente algo mareado. Está casi feliz de que Frost tenga un agarre tan fuerte sobre su brazo superior; de otra forma, podría caer.
Están rodeados por una docena de gente, más o menos, incluyendo un par de Amasoides aglomerados. Trata de distinguir todos los rostros para ver si hay algún amigo entre ellos.
Entonces escucha una voz que recuerda bien. -¡Felicidades, Il Capitano! –Ve a los adoradores de la Cúpula que encontraron a Wilda en un campo cuando recién fue devuelta de la Cúpula, purificada, como era.
Recuerda las cicatrices bulbosas y trenzadas corriéndole por un lado de la cara. Margit. Ella lo odia.
Margit se acerca, le encaja los dedos debajo de la mordaza, empujándola hasta la punta de su mentón. -¿Qué dices?
-Mierda. -Il Capitano dice, sacudiendo la cabeza.
-¿No estás feliz de ver gente de mi calaña?
-La última vez que te vi habías sido golpeada por una araña, atrapada ¿Así que no explotaste?
-Fui salvada. Por Dios.
-Un regalo de la Cúpula, adivino, ser salvado así.
-Y no están felices con nosotros, Il Capitano. No están felices para nada.
-¡Pero querían a su hijo devuelto y eso pasó! ¿Qué podrían posiblemente querer ahora?
-Deben de querer otro sacrificio. –Dice ella.
Il Capitano asiente lentamente. –Y adivino que no será un auto-sacrificio.
-¿Yo? No. Quiero estar aquí cuando seamos llamados para unírseles en el paraíso de la Cúpula. No ser ceniza en el viento.
-Ya veo. –Il Capitano ahora sabe para qué será usado el biodiesel. Arder hasta morir—no su preferencia para irse. –Pero te pediré una bondad.
-¿Qué cosa?
-Dejen a mi hermano. –Dice Il Capitano. –Es un ángel. Es bueno. Dejen a mi pobre hermano. –No puede evitar el hecho de que haya un tono irónico en su voz.
-Ahora ¿Cómo lo salvaríamos y no a ti, hombre tonto?
-Creo que van a tener que ser suaves conmigo. -Il Capitano alza las cejas. –No pueden dejar morir otra alma buena ¿O no?

Margit alza su puño apretado y con los nudillos golpea a Il Capitano en la cabeza. Le recuerda a su abuela que lo golpeaba cuando se le iba debajo de los pies. –Tal vez esa sea la mejor parte—tú sabiendo que tus pecados causaron la muerte de tu hermano. -Margit se gira y le dice a Gorse. –Deberíamos golpearlos bien y sólidamente primero y después prender fuego al hermano en su espalda para que Il Capitano pueda escuchar sus gritos.
A Gorse le gusta la idea. -¡Mierda que sí! –Dice burlándose de Il Capitano de la noche anterior. -¡Mierda que sí!
Y antes de que Il Capitano pueda escupir algo más, Margit le vuelve a meter la mordaza en la boca.

sábado, 13 de septiembre de 2014

Arder/Quemar - Capítulos 42: Débil y 43: Nombre - TRADUCIDOS - Julianna Baggott

PRESSIA
DÉBIL
-Elegiste un buen momento. –Dice el guardia. –Pero debemos ir rápido.
Una serie de puertas se abrieron en una ráfaga; el guardia lleva a Pressia a través de cada una, y se cierran a sus espaldas. Ella agarra las correas de su mochila—el vial, la fórmula—tan cerca ahora. Todo está reluciente y pulido. El aire huele a químicos raros mezclados con algo acre y dulce.
-¿Cómo sabías que estaba viniendo?
-Te vi en los ojos de un soldado muerto. Te plantó un rastreador. –Ella se estira y toca el punto donde sintió el extraño pinchazo y notó la rasgadura ¿La estaban rastreando? –Hemos estado mirando tu aproximamiento y cifrando tus alrededores a medida que eran reportados a Foresteed.
-¿Foresteed?
-Supervisa las operaciones militares.
-Así que Perdiz no ordenó los ataques ¿Fue Foresteed?
Él asiente.
A Pressia la anega el alivio. Tenía razón. Perdiz nunca habría hecho eso.
-Te necesitamos aquí. –Dice el guardia. –Queremos que hables con Perdiz.
-¿Qué quieren que le diga?
-Que debe hacer esto de la forma difícil.
-¿Hacer qué?
-Empezar de nuevo.
-¿Y lo está haciendo de la forma fácil?
-No hay forma fácil. Será sangriento. Tiene que dejar que sea así.
La lleva a un pequeño cuarto lleno de boquillas, como si fuera a ser rociada hasta morir.
-Ropa apilada para ti. Cámbiate rápido.
-Espera ¿Quiénes son?
-Somos Cygnus. Podemos llevarte con tu hermano. –Cierra la puerta.
¿Cygnus? ¿Cómo la constelación? El cisne. Todo esto se remonta a su madre. Siente fuertemente, por sólo un momento, que su madre está con ella.
Y está dentro. Esto es. La Cúpula. Está sorprendida. Toca el azulejo blanco, dejando un rastro de ceniza.
Mira a las boquillas, preparándose para el agua—¿o gas venenoso?
Nada viene.
Levanta la ropa de la pila—un traje de guardia, incluyendo una pistolera. Recuerda la primera vez que usó el uniforme de la ORS, cuánto amó la pomposidad del saco térmico incluso aunque se odió por ello. Siente la misma punzada aquí. No debería estar emocionada por estar dentro. Bradwell estaría furioso. Il Capitano querría reventar la cabeza del guardia—ayudando o no, el bastardo logró entrar. Fin. Pero tiene esperanza. La llevarán con su hermano, que es inocente. Quiere ver las academias femeninas y masculinas con canchas, los edificios apartamentales con cuartos limpios y literas, los campos y comida y falso sol y luz, sin frío, sin sufrimiento, sin oscuridad absoluta. Pero ha sido advertida: será sangriento.
En una esquina hay un pequeño cuenco con una barra de jabón y una toalla. Quieren que se lave. Es bueno que su piel ya no lleve el brillo dorado. Se viste con rapidez, nerviosamente sujetándose la pistolera alrededor de la cintura. No será capaz de llevar la mochila. Resaltaría demasiado. La abre, mete la mano y saca la caja. Abre el pestillo y revisa que el vial esté intacto, la fórmula en su lugar. Cierra la caja, la desliza entre su camisa a medida y saco apretado, y la posiciona sobre una cadera, la ropa es lo suficientemente ajustada para mantenerla en su lugar. Se mueve hacia el cuenco, se frota el rostro, el cuello y después mira la cabeza de muñeca. Por la alegría de estar dentro de la Cúpula, de haber logrado llegar hasta aquí, olvidó esto—la piel de la cabeza de muñeca manchada con cenizas, sus labios fruncidos, sus ojos parpadeantes. Le lava la cara, frota la fila de pestañas plásticas y el cráneo, donde sus nudillos se fusionan debajo de la superficie. La seca con toques de la toalla de mano y la cabeza de muñeca se ve fresca y limpia, con los cachetes rosados ¿Puede ser removida? ¿Puede ser curada aquí? Sale de la habitación, dejando la mochila vacía detrás.
El guardia le entrega una pistola como la de él. Ella la desliza en la pistolera y alza la muñeca.
-¿Qué hay sobre esto? –Dice. Pero él ya está preparado. Saca un rollo de vendajes.
Pressia levanta el brazo, y él enrolla la venda en la cabeza de muñeca, obviamente le incomoda. Aprieta tanto que, por un segundo, se imagina que la muñeca no será capaz de respirar. Ridículo, lo sabe. Engancha la venda en su lugar.
-Si alguien pregunta, diles que estuviste en un accidente.
Ella asiente, pero se siente enferma. No fue un accidente. Esa es la razón por la que está aquí. Le fue hecho a propósito. Todas esas pérdidas, asesinatos, muertes adrede. Bradwell diría: Mira qué tan rápido escondieron la verdad.
El guardia se toca un lado de la cara, el mismo punto donde ella tiene la quemadura en forma de media luna. –Cúbrete eso. –Dice. –Tira algo de cabello hacia delante. –Le entrega una gorra. –Y déjate esto puesto.
Es traición. Todo. La enferma.
Él la lleva por un pasillo. Ella escucha un rumor lejano y piensa en los Terrones rodeando Crazy John-Johns. Siente las mismas vibraciones en las suelas de sus botas. Está asustada y no tiene idea de qué esperar.
Pero pronto están junto a un túnel y un tren llega. Es elegante, una máquina hermosa—tan brillante que puede ver su reflejo. Es una guardia ahora.
Las puertas se abren. Entran. El vagón está vacío.
-Todos están frente a sus televisores hoy. –Dice el guardia.
-¿Por qué?
La observa y después aparta la mirada. –Boda. Perdiz va a casar se.
-¿Va a casar se?
-Sip.
Piensa en Lyda y el bebé ¿Se casan porque es mandatorio en la Cúpula hacerlo al embarazarse? Preguntaría, pero no está segura de si el embarazo es de conocimiento popular. Piensa en su boda en el bosque. Real pero no. Íntima. Un secreto. La única forma que parece poder existir es en su cenizo y desolado hogar. Pero el amor dentro de la Cúpula debe ser distinto. Aquí, enamorarte puede ser un evento, una proclamación sin reconocer que a todos los que amas pueden morir de forma horrible, que amar a alguien es aceptar la pérdida inminente.
Se siente un poco mareada. Se agarra de la vara brillante del tren, tan limpia que rechina cuando se le resbalan las manos.
Este es el día de boda de mi hermano, piensa, y a pesar de todo, se siente feliz, quizás incluso esperanzada.
Pero de todas formas, el vagón le recuerda al que estaba enterrado, en el que las Madres había hecho un túnel, con su suelo levantado y sus ventanas golpeadas. Puede oler los persistentes perfumes de los champuses de los Puros, lociones, fijador de pelo—una dulzura que le recuerda a su niñez en la barbería con sus pequeñas botellas de tónicos y geles. Mayormente, hay una ausencia de podredumbre y muerte, humo y carbón. La marea y también le dan ganas de llorar.
Se endereza y dice. -¿Me llevas a la ceremonia de la boda?
El guardia revisa su reloj. -La recepción. El lugar estará lleno de guardias. Alta seguridad. Encajarás.
-¿Seguro? –Sostiene en alto su puño vendado.
-Herida ¿Recuerdas? Sólo di eso.
-Accidente. –Dice ella. –Me dijiste que dijera que fue un accidente.
-Misma diferencia.
-Sólo porque ninguna es verdad.
El guardia la mira. -¿Qué?
-No fue un accidente. No estoy sólo lastimada.
-No nos adentremos en eso.
-¿Eso?
-Ya sabes.
Siente el calor de la ira enrollarse en su pecho. –Las Detonaciones nos deformaron. –Dice. –Mutilaron y fusionaron. Alteraron nuestro nivel más básico. Incluso los bebés nacidos después de las Detonaciones están mutados ¿Es eso en lo que no te quieres meter?
-Soy uno de los tipos buenos. –Dice el guardia a la defensiva.
-¿Eso te ayuda a dormir por la noche?
-No duermo de noche. –Él se inclina contra la ventana, su rostro reflejándose oscuramente en el vidrio. El tren desacelera. –Aquí es. –La mira. -¿Lista?
Ella no se puede imaginar en qué está a punto de entrar, mucho menos si está lista. –No estoy acostumbrada a tener elección.
Las puertas se abren.
-De aquí en adelante, caminamos hombro a hombro ¿Bien?
-Bueno. –Dice ella. -¿Cuál es tu nombre?
-Vendler Prescott. –Le responde. –Mis amigos me llaman Ven.
Éste es quién tiene de su lado. Ven. Hombro a hombro. –Vamos.
Caminan a través de más pasillos esterilizados. Asienten al encontrarse con un guardia ocasional. Pressia escucha la música distante, voces fuertes. Llegan a un par de puertas. Ven se detiene, la mira. Pressia asiente.
Él abre las puertas, y allí hay un gran y hermoso cuarto lleno de mesas con manteles y gente en vestidos y trajes. Meseros revolotean por allí con pequeñas tortas en platos. Algunas mujeres parecen estar usando pelucas elaboradas, por la forma en que los rizos están apilados en las puntas de sus cabezas. Los hombres tienen cabello liso, engominado hacia atrás.
Piel, piel, piel—toda perfecta.
Los chicos se agachan debajo de mesas, levantan los platos de torta abandonados por la gente. El suelo está cubierto de pétalos aterciopelados.
Nadie se encorva bajo el peso desigual de otra persona. No hay animales, ni vidrio o metal o plástico incrustado en sus cuerpos. Sin amputaciones, sin cicatrices profundas y rojizas, sin quemaduras de soga.
Sin la espesa capa de ceniza.
Todo está limpio y reluciente.
Y la música es gloriosa. Nunca escuchó algo como esto—tan grande y fuerte y hermoso. Mira el alto y espaciado techo. Globos están atrapados en las bóvedas.
Esto es una boda—no dos personas susurrando en un bosque. No importa cuánto ella y Bradwell se amen, esto se siente real de una forma en la que su casamiento nunca lo será.
Ven la toma del brazo, y Pressia recuerda que se supone que encaje, no que todo la asombre.
Caminan junto a una pared, lejos de las muchedumbres.
En la pista de baile, parejas tomándose de las manos se mecen y giran. Lo más impresionante es que es mejor de lo que jamás lo imaginó, y pensó que había esperado demasiado, que nunca sería capaz de cumplir con sus expectativas.
Pasan una torta con los pisos sujetos por columnas, como si fuera una catedral. Arañas—los cristales  tintineando sobre sus cabezas. Recuerda el comedor de la granja y cómo, después del incendio, la lámpara se estrelló contra la mesa, como una reina caída ¿Dónde está la prueba de que estas personas fueron gobernadas por alguien tan horrible como Willux? Quiere que Bradwell vea esto ¡Una boda! ¡Siguen existiendo! Los Puros pueden creer en un amor tan profundo que lo celebran abiertamente ¿Podrán ella y Bradwell alguna vez dejar de estar lo suficientemente hastiados para hacer algo así? Por supuesto, las bodas son probablemente comunes dentro de la Cúpula, pero para Pressia, se siente como un acto tan desnudo de esperanza.
¿Por qué razón en el mundo quería Lyda quedarse con las Madres? Esto es el paraíso. Bebe de la música; el aire dulce, limpio; los chicos chillando con alegría. Bradwell, piensa, ¿Ves? No son todos malos. Hay belleza aquí. Hay inocencia y gozo. Se siente vindicada.
Y entonces ve a Perdiz. Está siendo felicitado por un grupo de chicos de su edad. Levantaron sus vasos aflautados—¿Champán?—para hacerle un brindis. Pressia toma aire, con intención de llamarlo, pero se detiene. Es una guardia, no una hermana.
Uno de los amigos golpea su vaso vacío con un tenedor. Los otros se le unen. Ven para y espera. Un coro tintineante se eleva a su alrededor. Perdiz parece estar buscando a alguien ¿A Lyda? ¿Dónde está?
-¿Qué pasa? –Le pregunta Pressia a Ven.
-Se supone que se besen. Es una tradición.
¿Una tradición con un beso? Pressia piensa en las tradiciones con las que fue criada. Las Muerterías le vienen a la mente.
De un frenesí de mujeres, emerge un vestido blanco—abombado y de encaje, sostenido como la catedral de trota.
A Pressia le sorprende que Lyda haya elegido un vestido tan elaborado y enorme, pero entonces ve la cara de la novia.
No es Lyda.
Es una chica a la que nunca vio antes.
El tintineo se vuelve más y más alto y estridente.
Tiene que haber un error.
Pero entonces Perdiz toma la mano de la mujer, la acerca y la besa. Es rápido, pero un beso después de todo. La gente deja de golpear los vasos y estallan repentinamente en hurras. Pressia deja de respirar.
Perdiz y la mujer, esta extraña, saludan y después se susurran mutuamente, sonriendo.
Pressia agarra el saco de Ven. –¿Qué pasó? ¿Quién es ella?
-Iralene. –Dice Ven. –Willux la eligió para Perdiz.
-Pero… Lyda… y…
Ven sacude la cabeza, y ella sabe que no es sólo el embarazo secreto, sino Lyda también.
-Quiero hablarle a Perdiz. Quiero hablarle ahora. –Está furiosa ¿Qué demonios está él haciendo? ¡Lyda está en cinta! Es su hijo, ¿y sigue haciendo lo que su padre le dijo?
-Estoy tratando de acercarte; después tal vez ustedes dos puedan encontrar un lugar tranquilo—
-No me importa encontrar un lugar tranquilo. –Dice Pressia y se dirige a la multitud. Escucha a Ven diciéndole que espere, pero ella sigue—rodeando mesas, atravesando la pista de baile y yendo en línea recta hacia Perdiz.
La novia ha sido separada por algunos invitados. Perdiz le está hablando a un hombre más viejo de rostro delgado y bronceado ¿Cómo te bronceas en un lugar sin sol?
Pressia se detiene frente a ellos.
Le toma unos segundos a Perdiz notarla, pero cuando lo hace, su cara se ilumina. -¡Pressia! –Dice como si fuera una buena sorpresa.
Y por alguna razón, es su alegría lo que la enoja más que nada. Él le pasa su trago a un hombre cercano, se inclina hacia delante, con los brazos abiertos, listo para abrazarla, y antes de siquiera pensarlo, ella levanta la mano para abofetearlo, pero su muñeca es agarrada.
El hombre de rostro bronceado la ase con firmeza, acercándola.
-¿Quién demonios eres? –Dice Pressia. –Déjame ir.
-Soy Foresteed. Lindo conocerte, Pressia.
-¿Cómo sabes quién soy?
-Es difícil no reconocer a un Miserable tan conocido como tú ¿Crees que esos vendajes me engañan?
-Afloja, Foresteed. –Dice Perdiz, y el agarre lo hace y la deja ir. -¿Cómo llegaste? Vamos a algún lugar para hablar.
-No voy a ninguna parte.
Las mejillas de Perdiz se vuelven de un rojo oscuro, como si lo hubiera golpeado. Se frota las manos. –Necesitamos hablar.
Ella nota que todos sus dedos están allí. Se estira y le toma las dos manos, preguntándose por un segundo si recordó mal cuál meñique Nuestra Buena Madre le cortó. Pero ambas manos están intactas. Sus meñiques están perfectamente formados. –¿Cómo? ¿Por qué? –Apenas puede hablar.
Él retira sus manos y mira al enorme salón, y ella puede verlo caer en la cuenta—cómo esto debe de verse para ella. –Puedo explicarlo. –Dice. –Estoy haciendo lo correcto aquí. Tan sólo… Sólo que no…
-Me enfermas. –Su voz está tan ahogada de rabia que sale como un susurro.
-Debemos encerrarla. –Dice Foresteed. –Por el amor de Cristo, está contaminada ¿Cómo diablos llegó aquí adentro? –El hombre mira el poblado salón de banquete.
-Nos siguen matando allí afuera. Y a ti ni siquiera te importa. Mírate. –Dice Pressia.
La novia, como si presintiera la tensión, se acerca rápidamente. -¿Qué está pasando?
-Está bien, Iralene. –Dice Perdiz. –Sólo danos un minuto. –se gira de vuelta hacia Pressia. –Mira, ¡Tenía que casarme con Iralene! ¡No entiendes lo que está pasando aquí!
Iralene mira a Perdiz, herida por su comentario. Dice. -¡Quiero saber quién es ella!
-Soy Pressia ¿Dónde está Lyda?
-No pudo venir. -Dice Iralene. -¿Por qué querría hacerlo siquiera?
-¡Púdrete! –Le dice Pressia a la otra chica, cuyo rostro instantáneamente se tensa. –Y tú también, Perdiz. Eres peor que tu padre ¿Lo sabes? Al menos él tenía una ambición real.
Foresteed susurra. –Déjame escoltarla afuera.
Un hombre joven de aproximadamente la misma edad que Perdiz se abre paso a empujones hacia el pequeño grupo. -¿Es ésta Pressia? –Dice.
-Ahora no, Arvin. –Dice Perdiz.
-Quiero hablar contigo. –Le dice Arvin a Pressia. –Puedo ayudar—
Perdiz alza la mano. –Todos, sólo esperen…
-Quiero ver a Lyda. –Dice Pressia. -¿Dónde está?
Perdiz se gira y grita. -¡Beckley! –Un hombre de traje aparece. Es alto y ancho con pelo rapado. –Lleva a Pressia a lo de Lyda. –La mira. –Confío en Beckley. Estás en buenas manos.
-¿Buenas manos? ¿Quién diablos eres, Perdiz?
-Sigo siendo la misma perdona. Tenme fe.
Pressia sacude la cabeza.
-Te encontraré en lo de Lyda. Hablaremos entonces. Puedo explicarlo, Pressia. Puedo.
Iralene envuelve su brazo en el de él. –Beckley debe hacer el brindis. –Dice.
Beckley alza las cejas.
-Sólo ve. –Dice Perdiz.
El guardia empieza a escoltar a Pressia fuera, pero Iralene dice. -¡Aguarda! Se supone que Beckley haga el brindis.
Pressia da un par más de pasos pero se gira. No puede evitarlo. Está furiosa. –Te defendí. –Dice con la voz temblándole. –Pero tuvieron razón todo el tiempo. Eres débil.
-No digas eso. –Perdiz corre hacia ella. Dice en voz baja. –Tu abuelo,
Pressia—lo encontré. Voy a traerlo de vuelta.
-¿De qué estás hablando?
La multitud se está acercando. Iralene tiene su brazo. –No hagan una escena.
-No, no. No querríamos una escena ¿O no? –Dice Pressia.
-Puedo explicarlo. –Dice él, pero ella sabe que no está seguro. De hecho, tiene los ojos bien abiertos y ella sabe que está aterrado.
IL CAPITANO
NOMBRE
Más allá del centro comercial, Il Capitano ve una fila de columnas caídas, yaciendo frente a una gran pila de escombros.
Empieza a treparla. Con cada paso, siente los moretones de los golpes de  
Helmud. Su hermano le pateó el trasero ¿Y qué? Se merecía los golpes. Además, se siente bien ser un poco molido—encaja con cómo se siente dentro: golpeado, cansado, acabado.
-Revísala. –Le dice a Helmud sin mucha convicción.
Helmud pasa las manos sobre la cinta, la caja cuadrada. -¿Revisada? –Dice, más como pregunta que como respuesta.
Il Capitano sabe que se está soltando—demasiada pelea, demasiado sudor—pero la bacteria está en su lugar, más o menos. –Suficientemente bien.
Ve un hoyo en la pila de escombros. Grita. -¡Sal! ¡Sal! ¡Quienquiera seas! –Desearía tener un rifle para disparar al aire. Le gustaría darle a quién estuviera allí abajo la impresión de que está a punto de tirar. Sus pistolas son definitivas, y, para ser honesto, las necesita devuelta. Siente como si hubiera perdido todo sentido de sí mismo—dirección y propósito. Sólo está allí—con Helmud.
Su hermano no lo puede dejar solo. Lo odia y necesita y se odia a sí mismo por necesitarlo.
Il Capitano llama de nuevo, pero sigue sin respuesta. Retrocede y espera un poco.
Justo cuando piensa que está vacío, hay ruidos de rasguños. La cabeza de un hombre aparece en un agujero no muy lejano. -¿Il Capitano? –Dice, parpadeando ante la pálida luz. Divisa a Helmud sobre el hombro de su hermano. Deben de parecer bastante golpeados, pero este hombre también se ve un poco molido—y pálido. Parece asustado de Il Capitano. Su miedo alimenta a este último, que a veces extraña ser temido.
-¿Quién eres?
-Mi nombre Gorse. –Dice.
-Conozco ese nombre. –Dice Il Capitano. -¿El hermano de Fandra?
El chico duda antes de asentir y mira más allá de Il Capitano y a ambos lados. Las fusiones de Gorse deben de yacer debajo de su abrigo, que se abulta en un hombro. Sus manos tienen un brillo como si hubiera metido las manos en el fuego para sacar algo. –Escuché que estabas en la ciudad—con Bradwell. –Evidentemente se sentiría un poco más seguro si Bradwell estuviera aquí.
-Nos vamos a reunir. Él eligió este lugar. Pensó que sería seguro y bueno para salir del clima ¿Cuántos allí abajo?
Gorse alza las cejas. –Sólo dos de nosotros.
-¿Te importa si esperamos a Bradwell con ustedes?
Gorse no está seguro. Mira hacia abajo y después de vuelta a Il Capitano.
-Tengo buenas noticias para ti, Gorse. –Dice Il Capitano.
-¿Sí? ¿Qué es?
-Fandra.
-¿Qué hay sobre ella? –Lo mira con sospecha.
-Está viva. Sobrevivió allí afuera, apenas, y fue recogida por sobrevivientes en Crazy John-Johns. Está bien.
-No me mentirías ¿no?
-La vi yo mismo. –Dice Il Capitano. –Largo pelo rubio. Nos salvó el trasero allí afuera.
-Nos salvó el trasero. –Dice Helmud.
-No tienes que creer nuestra palabra. –Dice Il Capitano. –Bradwell está de camino, como dije. Se lo puedes preguntar tú mismo.
Gorse mira a Il Capitano y Helmud, y luego, algo detrás suyo le llama la atención.
-No hay que esperar. –Dice.
Il Capitano se gira. Bradwell está trepando los escombros. Ve a Gorse y grita. -¡Ey, Gorse! ¿Escuchaste las noticias?
Il Capitano mira de vuelta a Gorse. -¿Ves? Te dije que lo confirmaría.
Gorse debe querer escucharlo por sí mismo. Se hace el tonto. -¿Noticias? ¿Qué noticias?
-Tu hermana. La vimos fuera por el parque de atracciones. Está bien, Gorse. Lo logró después de todo.
Gorse se pone rígido. Sus ojos brillan con las lágrimas. Se limpia la garganta, se excusa y desaparece por el agujero.
-¿Y? –Le dice Il Capitano a Bradwell.
-Encontré a Pressia. Dije lo que debía. La dejé ir.
Il Capitano no está seguro de a qué se refiere ¿Le dijo que la amaba? ¿Qué le dijo? Decide que no quiere saber ¿Por qué castigarse con los detalles?
-¿Qué demonios les pasó a ustedes dos? Se ven como la mierda. –Dice Bradwell.
-Caímos.
-¿Por unas escaleras? -Dice Bradwell.
-Sí. –Dice Il Capitano. –Algo como eso.
-Algo. –Dice Helmud.
-como eso.
Gorse reaparece, sus ojos delineados con rojo. Ha estado llorando. Se frota la cara con rudeza. –Fandra ¿Viva? ¿Seguros?
-Seguros. -Dice Bradwell.
Gorse deja salir un sonoro sonido de alegría. –¡Bueno, debemos celebrar entonces! Tenemos algunas cosas de primera aquí abajo, de antes de que los bodegones explotaran.
-Sí. –Dice Il Capitano ¿Cuándo fue la última vez que tuvo algo de tomar? Le encantaría emborracharse. El tipo de embriaguez con la respiración desgarradora.
-No lo sé. –Dice Bradwell.
-No. –Dice Helmud. No le gusta cuando Il Capitano bebe.
-¿Qué no sabes? –Le dice Il Capitano a Bradwell. –No hay nada que podamos hacer ahora—no para nosotros, no para Pressia. No podemos hacer nada hasta que escuchemos de ella. Deberíamos celebrar cualquier cosa mientras todavía haya algo que celebrar. -Il Capitano se gira hacia Gorse y dice. -Déjame hacer esto simple: ¡Mierda que sí!
-Mierda. –Dice Helmud con nerviosismo. –Sí.
* * *
-A las Madres. –Grita Il Capitano. -¡Que me asustan como la mierda! –Ya brindó por los Terrones, las alimañas, los muertos, los vivos,  los jabalíes, las criaturas en la niebla… toma un largo trago. Le quema la garganta, le calienta el pecho. Él y Helmud están sentados en el suelo de la bóveda del banco con Bradwell y Gorse y otro chico que se había desmayado y acurrucado en una esquina. La puerta circular de un metro de espesor está permanentemente abierta, contraída por el techo torcido. Los muros de metal están alineados con pequeños cajones rectangulares—todos los cuales han sido abiertos y vaciados. La mayoría de los cajones en sí ya no están. Es acogedor aquí adentro. Se siente seguro, a salvo. Huele a metal. A Il Capitano le gusta.
Mientras le pasa la botella a Bradwell, Helmud se estira e intenta agarrarla. –Vas a recibir tu parte. –Dice Il Capitano. –Está en la sangre. –Se ríe con fuerza. Sabe Helmud no quiere un trago. Quiere llevarse la botella lejos suyo. No le gusta emborracharse—y seguro que ambos lo están ahora. Il Capitano se había olvidado de cuánto extrañaba el licor—la forma en la que suaviza al mundo, enmudece el sonido, emborrona las cosas. El viejo Ingership le solía dar un trago de vez en cuando. Le alegra que el hombre haya muerto, pero extraña el licor.
-Tu parte, tu parte, tu parte. –Murmura Helmud, los brazos flácidos y la cabeza colgándole sobre un hombro. Está retando a su hermano por tomar demasiado.
-¡Cállate, Helmud! –Dice Il Capitano. –Estamos celebrando aquí ¿Verdad, Bradwell? Dile ¿Verdad?
-Cierto. -Dice Bradwell pasándole la botella a Gorse.
-¡Cierto! -Grita Gorse, dando un trago. Il Capitano vigila de cerca la bebida, intentando averiguar si obtendrá el último trago o no.
Desea que Pressia esté aquí, aunque no quiere sacar su nombre a relucir—no frente a Bradwell. No quiere saber qué pasó entre ellos cuando corrió detrás suyo en la lluvia. A Il Capitano le gusta pensar en ella ahora—con esta linda embriaguez. Todo el dolor está despuntado. Puede imaginarse un futuro con ella—los dos, o incluso tres, contando a Helmud. Y es bueno.
Y entonces, como si hubieran tocado el interruptor, Il Capitano piensa en el niño muerto atrapado en la trampa ¿Por qué ahora? Se frota la frente. –No. No. –Murmura, pero hay más rostros de muertos apareciéndole en la mente. Sus caras son un borrón ¿Qué le pasó en esa cripta? Allí es donde empezó.
¿Por qué se siente tan enfermo sobre ello ahora? Jesús. Casi le reza a Dios o a esa estatua de la santa en busca de perdón. Si lo hubiera hecho ¿Qué le habría pasado? Tendría que admitir que estaba mal. No estaba mal. Mira—¡Está vivo! ¡Helmud está vivo en su espalda!
-¿Por qué te asustan? –Le pregunta Bradwell a Il Capitano.
-¿Dios y esa santa? –Pregunta Il Capitano.
-¿Qué? No. –Dice Bradwell. –Las Madres. Dijiste que te asustan como la mierda.
-¿No te aterran? –Responde Il Capitano.
-No dije eso. Sólo me preguntaba por qué les temes.
Il Capitano se inclina hacia el medio del círculo. –Parecen buenas y lindas y, bueno, son Madres. Solían organizar comidas a la canasta y hablar sobre cortinas, y ahora te matarían tan pronto como te vean.
-Eres quién para hablar. –Dice Gorse.
-Sí, pero nunca me enorgullecí por educar las mentes jóvenes del mañana al elegir la mejor escuela privada y conducir hasta ella en la mejor minivan.
-Todos fuimos inocentes hace un tiempo. –Dice Bradwell. –Técnicamente una vez fuiste un niño, ¿No, Il Capitano? Quiero decir, mierda—tenías un nombre aparte de ese, ¿O es así en tu libreta de bautismo?
-No lo recuerdo. -Dice Il Capitano. Walden. Walden era su nombre.
-¿No lo recuerdas? -Dice Gorse. -¿Tu propio nombre?
-¡Helmud! -Dice Bradwell. -¿Cuál era el nombre de tu hermano antes de ser Il Capitano.
-No lo sabe. –Dice Il Capitano. -¡No te rías de él!
Puede sentir la cabeza de su hermano dispararse hacia arriba detrás de él. –No te rías. –Dice Helmud.
-No me estoy burlando, Helmud. Sólo digo que podrías recordar el nombre de Il Capitano por su niñez compartida. Quiero decir, está allí, en lo profundo. Tu madre solía llamarte adentro cuando eras pequeño ¿Cierto? Te llamaba ‘¡Helmud!’ y después decía otro nombre ¿Cuál era?
Helmud se bambalea otro rato ¿Está recordando? ¿Hay algún pinchazo de luz iluminando la oscura esquina de su memoria?
-No lo molestes con esta mierda. No lo recuerda y tampoco yo. Mi viejo nombre está muerto. Soy Il Capitano.
-¿Qué hay de tu apellido? –Pregunta Gorse.
-Croll. -Dice en voz baja. –Mi padre era Sargento Warret B. Croll. Croll.
Bradwell se acerca más a Il Capitano. Se estira y sostiene las mejillas de Helmud en sus manos.
-Cuando tu madre estaba enojada, tal vez los llamaba a los dos por sus nombres completos. Las madres hacen eso ¿Cómo lo llamaba cuando estaba enojada con él?
-¡Déjalo en paz! –Grita Il Capitano, retrocediendo para que el rostro de su hermano resbale de las manos de Bradwell. Se levanta. Helmud parece increíblemente pesado en su espalda y lo hace chocar contra una pared con las cajas vacías del depósito de seguridad. La cabeza de Il Capitano golpea contra el metal—un golpe agudo.
Se deja caer al suelo de nuevo. Se toca la cabeza—no hay sangre.
-¡Qué demonios, Cap! -Dice Bradwell. -¡Sólo estamos pasando el rato!
-No deberías haber dejado que Pressia entrara sola. –Grita Il Capitano. –Si muere, es tu culpa ¡Lo sabes!
Helmud lo impulsa hacia arriba. -¡Tu culpa! –Le grita a su hermano.
-¿Qué? –Grita Bradwell. -¡La dejaste ir tanto como yo!
-Tranquilos, ahora. –Dice Gorse con las manos en el aire.
Il Capitano apenas puede verlos. Son figuras tenues y parpadeantes ante sus ojos. Mira al chico en la esquina y lo odia—repentinamente y sin ningún motivo aparente. –No la deberías haber dejado ir en absoluto.
-Cap. –Dice Bradwell. –Sabes que no tenía opción. Sabes que…
Il Capitano cierra los ojos y siente que el piso bajo sus pies gira, suelto. –Si muere. –Dice volviendo a abrir los ojos, parpadeando. –La sangre está en tus manos.
-¿Quién demonios te crees que eres? –Grita Bradwell, con sus grandes alas resplandeciendo en su espalda.
Il Capitano ni siquiera se prepara para un golpe. De hecho, espera que Bradwell lo ataque. -¡Nos deberíamos desgarrar mutuamente! –Grita. –Matarnos ¡Superarlo ya!
-¿Seguro sobre eso? –Dice Bradwell.
Pero entonces Il Capitano escucha movimiento y la voz de Gorse. –Déjalo dormir la mona.
La voz de Bradwell es áspera. –No tengo miedo de que vaya a morir. Es demasiado dura para eso ¿Sabes en qué no estás pensando todavía, Cap? No te preocupa que le guste—que elija la Cúpula por sobre alguno de nosotros.
Las palabras de Bradwell penetran lentamente, y se da cuenta de que tiene razón. Bradwell siempre podía ver todas las posibilidades antes que él ¿Qué pasa si ama cómo es estar en la Cúpula? ¿Qué pasa si se va… no muerta, pero se marcha de todas formas? No puede pensar en nada que decir—nada en absoluto. Siente como si fuera a empezar a llorar. Mierda. Lágrimas se deslizan por sus ojos.
Entonces siente una mano en su cabeza. Remueve el pelo de su frente gentilmente, con suavidad. La mano le palmea el cráneo como a un nene pequeño, sudoroso por jugar en el bosque. Una voz dice. -Waldy. Waldy, Waldy, Waldy. –Así es como su madre lo llamaba cuando era pequeño. Waldy. Apodo de Walden. -Waldy, Waldy. -Helmud recuerda. Le palmea la cabeza de la forma en la que su madre una vez lo hizo hace un tiempo, cuando eran inocentes, hace un tiempo, cuando Il Capitano era Waldy.
-No pude salvarla. –Le dice a Helmud. No se refiere sólo a su madre sino también a Pressia.
Helmud envuelve los brazos alrededor de su hermano, lo sostiene con fuerza. Il Capitano toma aire y lo suelta. Helmud lo sigue sosteniendo. Se cubre los ojos con las manos. Está llorando. –Lo siento.
Susurra. –Perdóname. Perdóname. –Lo siente no sólo por la muerte de su madre, sino por todas.
-Perdóname. –El niño en la trampa, las Muerterías, las jaulas de chicos fuera en el frío. Mató gente.
Fue causante de muerte y sufrimiento…
Lo siente por todo el dolor. Por todo.
-Perdóname. –Es lo que no pudo decir en la cripta.
Pero aquí, ahora, con Helmud, Il Capitano está pidiendo perdón a la Santa Wi o Dios o a cualquier fuerza que pueda existir más allá de ellos. –Perdóname. –Sigue diciendo.
Quiere decir: Llévate esto de mí. Llévatelo.
Y entonces lo siente—algo desgarrando su pecho. Y siendo levantado.
Y ya no está.