sábado, 28 de junio de 2014

Arder/Quemar - Capítulo 14: Que suerte la nuestra - TRADUCIDO - Julianna Baggott

PERDIZ
QUE SUERTE LA NUESTRA
La voz de su madre. -¡Perdiz! ¡Tu amigo está aquí!
Abre los ojos.
¿La voz de su madre? No—no puede ser. Está muerta. Y aun así, ella solía llamarlo de esa forma cuando sus amigos se pasaban por su casa. Recuerda su hogar en la infancia—sus sábanas con pequeños camiones, el reloj en forma de pelota de Baseball, un set de bloques conectables desparramados por el suelo.
Y su madre apareciendo en el pasillo—su pelo balanceándose, su sonrisa.
No es la voz de su madre, y tampoco la de Lyda. Este es el cuarto en el apartamento donde creció dentro de la Cúpula. Duerme en la cama inferior de la litera. Sedge solía dormir arriba. No le gustaba cuando Perdiz lloraba de noche. Le diría que se calle. Su madre se había ido, presuntamente muerto. Debería haberle sido permitido llorar cuando quisiera.
La habitación de su padre está vacía. No entra allí—nunca.
Perdiz lo mató.
Este pensamiento lo despierta del todo.
La puerta se abre y es Iralene. -Arvin Weed está aquí. –Dice. -¿Debo hacerles de beber? ¿Refrescos? –Está retorciendo su anillo de compromiso.
-¿Qué hora es? –Se sienta.
-Dormiste, y dormiste, y dormiste. –Dice ella. –¡Ya es mañana!
Después de que regresó a casa e Iralene lo haya abrazado, él le dijo que no se estaba sintiendo bien y que pensaba que sería bueno hablar con Arvin Weed, quien es ahora su doctor. En realidad, sólo quería preguntarle sobre Glassings y la gente que sigue suspendida, y también mostrarle la hoja de ecuaciones científicas que encontró en la cámara de guerra de su padre. Después de que Iralene le dijo que arreglaría un encuentro con Weed, Perdiz caminó hasta su cuarto, se acostó y, después de días sin dormir, cayó en incansables pesadillas. Solía soñar con encontrar el cuerpo muerto de su madre en todas partes—debajo de las gradas vacías, en el laboratorio de ciencias de la academia—pero en este sueño, vivía su día de alguna forma mundana cuando se encontró con un montón de cuerpos. Uno o dos retorcidos, sangrando, pero todavía vivos, y se levantaban y corrían hacia él. Hablaban con la voz del hombre que saltó en frente del tren—Eckinger Freund, confirmaron las autoridades. Y estas personas moribundas lo llamaban mentiroso, pero Perdiz no podía decir si lo odiaban por la verdad que le contó de su padre o por esta nueva mentira—casarse con Iralene.
-¿Vas a venir a hablar con Arvin? –Dice Iralene. -¿Debo charlar con él para darte algo de tiempo?
Se frota los ojos y se recuesta en la cama con las manos sobre su corazón. Sigue completamente vestido. Se siente enfermo. –No, está bien. Ya voy. –Empieza a irse pero él dice. –Espera.
Ella se gira, sonriéndole. –Amo la forma en la que te ves cuando recién te despiertas.
-Iralene, estamos solos. –Dice. –Prometimos no… -Él le pidió no ser romántica con él excepto para el espectáculo, en público.
-¿No puede una chica practicar?
Se sienta. -¿Subió el conteo de muertes desde que se transmitió la conferencia de prensa?
Ella aspira profundamente. El suicidio la asusta. Su rostro se endurece. -
Beckley reportó que no hubo casos durante la noche.
-Bien. –Si va a renunciar a su libertad, y una buena medida de la verdad, así, mejor que esté salvando vidas. –Dile a Arvin que estaré allí en un minuto ¿Si?
-Seguro. –Ella sonríe y cierra la puerta.
Perdiz se cambia la ropa. No debería estar nervioso sobre ver a Arvin. Él fue en algún momento sólo un nerd académico, un amigo distante que a veces le dejaba a Perdiz copiarse de sus notas. Pero Arvin no está allí como un amigo. Arvin ayudó a Perdiz a volver a crecer su meñique, y parecía estar a cargo del equipo que le borró la memoria, ambas órdenes de su padre. Y probablemente habría sido el elegido para hacer el trasplante de cerebro ¿Lo habría hecho? Perdiz nunca lo sabrá. En vez de una operación, hizo la autopsia de su padre, diciéndole a los líderes que había muerto por una Degeneración Rauda de Células mientras, públicamente, a la gente le fue dicho que luchó bravamente contra un desorden genético.
Perdiz mira su meñique y flexiona la mano. El dedo se dobla y extiende en perfecta sincronía con el resto. Dentro de todo, es un trabajo increíble. Mientras esté aquí, Arvin querrá probablemente probar las terminaciones nerviosas y la re-formación de la memoria de Perdiz también.
Perdiz encuentra la hoja de información científica donde la escondió y la desliza dentro de su bolsillo.
Va al baño, se moja la cara con agua y se seca con una toalla de mano. Se mira a sí mismo por un momento y no está seguro de quién, exactamente, se supone que sea. Se siente un fraude. Sabe que tendrá que entregarse a esta mentira. Lo hará porque Lyda susurró: No más sangre en tus manos. No más.
Pero él sabe que la sangre simplemente ha empezado.
¿Y Lyda? ¿Y el bebé? ¿Cuánto tiempo tendrán que vivir esta vida oculta? Después de la reunión en la oficina de Foresteed, pidieron por unos minutos en el cuarto juntos. Se sostuvieron mutuamente. Ella dijo. –Perdiz, esto es lo correcto. –Y rápidamente agregó. –Estoy asustada.
Él le dijo que él también estaba asustado. Y ahora extraña el sentimiento de su cuerpo cálido mientras se abrazaban debajo de su abrigo entre la ceniza flotante, como nieve negra. Extraña la manera en la que ella lo mira, que siempre se siente honesta. Ama como Lyda parece ambas, frágil y dura. En una mano, el delicado trabajo de hacer un ser humano está ocurriendo dentro suyo. En la otra, se endureció de una forma que no puede explicar.
La verdad sobre su padre. Esta única verdad ¿Cuántas mentiras tendrá que ofrecer para apaciguar a la Cúpula? ¿Cuántas?
Sale del baño, camina por el corredor y entra a la sala de estar. Arvin está mirando la carpeta de Iralene de vestidos de novia. –Creo que este es verdaderamente hermoso. –Dice apuntando a una página abierta. –No que eso importe.
-¿Por qué no importaría? –Dice Iralene herida.
-Te verías bien en cualquier cosa. -Dice Arvin. Y aquí está un perfecto ejemplo de Weed. Puede que haya querido decir que no le importa, pero lo recubrió con un cumplido ¿O lo dice en serio?
Es verdad que Iralene se vería bien en cualquier cosa. Es perfecta. Es por eso que está aquí.
Y de pronto lo golpea: lo tienen donde quieren tenerlo. Está actuando la vida que su padre diseñó para él. Iralene, con su cabello lustroso y sonrisa brillante, se está preparando para una boda. Perdiz va a caminar hacia al altar carcomido por la culpa. Trató de liderar y todo se hizo pedazos.
Y entonces su sospechoso comienzo ¿Fue la cantidad de suicidios realmente tan grave como le dijeron? La multitud enfurecida, el ruido de sirenas, el hombre que salto frente al tren—todo se sintió real. De hecho, se sintió espontaneo—la cosa más improvisada que jamás presenció en la Cúpula. Y aun así, no puede confiar en Foresteed, quién vería la alteración como una oportunidad de controlarlo con la culpa. Puede ser que Foresteed no tenga una gran consciencia, pero seguro la ve como una debilidad en los otros—una para explotar a su beneficio ¿Qué tan real es todo esto? ¿Es una conspiración para llevar a Perdiz al límite? ¿Participa Weed en ello?
-Perdón por interrumpir. –Dice Perdiz.
Arvin e Iralene levantan la vista. Arvin saca las manos y sacude las de Perdiz. -¿Cómo te sientes?
-He estado mejor.
Iralene alza sus paquetes de novia y dice. –Los dejaré hablar. –Perdiz se imagina las sesiones de entrenamiento por las que tuvo que pasar Iralene—lecciones sobre cuándo ser visible y cuándo desaparecer cortésmente.
-Hablemos por aquí. –Perdiz lleva a Arvin a los sillones. Se sientan uno frente al otro.
-Así que, el meñique. –Dice Weed. -¿Algún calor, adormecimiento o picor?
-Nop.
Weed se estira a través de la mesa de café entre ellos, toca el dedo de Perdiz y lo dobla. -¿Sientes todo esto bastante bien?
-Sip. Aunque a veces todavía me imagino que no está. Y después miro hacia abajo y me sorprendo.
-Gente que pierde una pierna dicen que todavía pueden sentirla; sus terminaciones nerviosas sigue mandando mensajes al cerebro sobre que existe. Se llama extremidad fantasma.
-¿Así que estoy sintiendo la extremidad fantasma?
-Volver a crecer partes del cuerpo es toda ciencia nueva. Quizás esto se vuelva una observación común.
Perdiz se pregunta si está hablando de Wilda, la niña que fue secuestrada, llevada a la Cúpula y purificada. Ya no tiene cicatrices o marcas o fusiones o incluso un obligo, y sólo podía decir lo que estaba programada para decir—una amenaza del padre de Perdiz. -¿Esperas hacer crecer muchas extremidades, Dr. Weed?
-Soy uno de los tipos buenos, Perdiz. –Dice Arvin. –Lo sabes. –Sus ojos se separan de él y mira alrededor del cuarto.
-¿Lo hago? –Dice Perdiz.
Arvin ríe y se reclina contra el sillón.
-¿Qué es tan gracioso?
-Recuerdo que una vez me dijiste que vivía demasiado en mi cabeza. Dijiste: “No tienes un instinto de barriga, Weed? ¿Has ido alguna vez de panza?” ¿Recuerdas?
Perdiz no tiene memoria de eso para nada. –Debe ser la pérdida de memoria. –Dice Perdiz.
-No. –Dice Weed. –No lo recuerdas porque lo dijiste sin siquiera pensarlo. Me tocaste el estómago con un dedo y todos rieron.
-Perdón, Weed. Estoy seguro de que no quería decir nada con ello.
-Todo lo que decías tenía un significado. Eras el hijo de Willux. Era tu pase libre para hacer lo que quisieras.
-¿En serio? –Dice Perdiz a la defensiva. –Porque recuerdo gente ofreciéndose para patearme el trasero, ¿Y tú saltaste a ayudarme? No. Simplemente mantuviste tu nariz en tus estudios ¿Y sabes qué? Tenía razón. Vives demasiado dentro de tu cabeza.
-Y -Dice Weed, -Deberías tratar de confiar un poco menos en tu estómago y un poco más en tu cabeza. Si lo hicieras, quizás no estaríamos en este lío.
Está culpando a Perdiz por los suicidios, y tiene razón. No se puede negar que fue la chispa. Perdiz alza una mano. Weed fue demasiado lejos. Ya no puede dejar que la gente le hable de esa forma—ni siquiera un viejo amigo.
Weed tose, se alias la camisa. Hay silencio antes de que vuelva a su rol de doctor. -¿Qué hay de tu memoria?
-Siguen habiendo parches algunas veces—ya sabes, mi tiempo en el exterior. –Recuerda la mayoría: Pressia, Bradwell, Il Capitano y Helmud, y las madres fusionadas a sus niños. Recuerda el thunk de su meñique siendo seccionado y cómo yacía allí, desconectado. Hay cosas que aún le vuelven en explosiones de color—mayormente su madre y Sedge muriendo en el suelo del bosque. Recuerda haber estado con Lyda en la base de cama de bronce con dosel, abrazados bajo su abrigo, el calor de sus cuerpos. –Sabes cómo es. Algunas cosas quieres recordar. –Dice. –Y otras, olvidar.
-Apuesto a que sí. –Dice Arvin con una ligera sonrisa de suficiencia en el rostro.
¿Sabe Weed que es un asesino? Si es así, Perdiz casi desea que se lo diga directamente.
-¿Apuestas?
Arvin se inclina hacia delante, con los codos en sus rodillas, y baja la voz. –Dime por qué estoy realmente aquí.
-Primero que nada, ¿Dónde está Glassings?
-¿Durand Glassings? ¿Nuestro profesor de Historia Mundial? Esto es a donde querías llegar en el funeral ¿Todavía en ello?
-Sí.
-¿Cómo demonios lo sabría?
-Foresteed me dice lo mismo. Pero alguien lo sabe.
-No yo. –Weed lo mira con el rostro hecho piedra.
-Quiero saber si empezaste exitosamente a sacar a la gente de suspensión. –Dice Perdiz. –Como te dije.
-Mira, esto no es fácil. Belze es muy viejo. Estaba muy débil cuando fue puesto en suspensión, postoperación en realidad ¿Y sabías que sólo tiene una pierna? El muñón termina en una manga de cables. No podemos simplemente sacarlo de un tirón. Quiero decir, si estás haciendo esto de alguna forma por el bien de tu hermana, no va a hacer ningún bien si muere en el proceso.
-¿Cómo sabes que está conectado a Pressia?
-Tengo el mayor nivel de accesibilidad posible. De hecho, algunos estamos curiosos por lo que realmente pasó en el bunker de tu madre ¿Siquiera te encontraste con esos viales y, tal vez, otras cosas?
-Pensé que sólo los querrías para mi padre, como último recurso para curarlo, y como no los obtuvo a tiempo para hacerle algún bien…
-Podría hacer mucho con ellos, créeme. -Arvin se para y se pone a caminar.
-¿En serio? ¿Estás seguro, Weed?
-¡Dios, Perdiz! Tengo todo lo que necesito para purificar a alguien, pero luego se derrumban.
-He visto tu obra. –Dice Perdiz con un poco de sarcasmo.
-¿Te refieres a los Miserables que trajimos dentro? –Dice Weed caminando hacia la ventana, mirando la calle. –Eran sólo experimentos.
-No, eran personas.
Se gira hacia Perdiz rápidamente y dice. –Y sus sacrificios no serán en vano si tenemos la fórmula y ese último ingrediente. Sería capaz de arreglar a todos los Miserables sin ninguno de los efectos colaterales que mataron a tu padre ¿Piensas que los chicos de las Fuerzas Especiales saldrán limpios?  Hay amigos tuyos de la academia allí, Perdiz.
-No sabía que tenías este lado altruista. Quiero decir, Arvin Weed, humanitario. No tenía idea cuando estabas, ya sabes, supervisando mi tortura.
-Órdenes son órdenes. Algunos dirán que fui más responsable que el propio hijo de Willux. Di lo que quieras sobre él; tu padre era un genio. Nunca empezarás siquiera a imaginarte de lo que era capaz su cerebro. Deberías mostrar algo de respeto.
-Weed, en tu cabeza y en tu estómago, sabes que mi padre fue un asesino de masas; tienes que saberlo.
Weed asiente. Levemente se rasca la frente. Dice con voz escalofriante y calmada. –Puedo hacer que pase algo bueno. Puedo salvar gente. Puedo hacer el bien donde tu padre falló.
Perdiz sacude la cabeza.
-¿Piensas que, de algún modo, puedes retomar donde mi padre lo dejó? –Perdiz se levanta, le da la espalda a Weed y cruza los brazos sobre el pecho. –Sé que fuiste el que desarrolló la píldora. –Dice en voz baja. Es incapaz de mirar a Weed a los ojos. Con esta oración, reconoció el hecho de que usó la píldora para matar a su padre, como también la posibilidad real de que Weed fuera cómplice en el asesinato. Puede ser que los dos no sean tan diferentes como parecen, unidos como lo están en un momento de la historia—en un asesinato.
-Sin ti. –Dice. –No podría haberlo hecho. –Se gira y mira a Weed, luego al suelo.
-Estoy seguro de que no sé de qué estás hablando. –Dice Weed.
Perdiz ya no puede soportar las mentiras y negaciones. Camina hacia Arvin, lo empuja y le agarra el hombro. -¡Maldita sea! Si admirabas a mi viejo tanto ¿Por qué lo hiciste?
Weed mira a Perdiz, lleno de odio. Se libera del agarre de Perdiz.
-Dije que no sé de qué hablas.
Y entonces Perdiz sabe la respuesta. Arvin ya la dijo: Puedo salvar gente. Puedo hacer el bien donde tu padre falló. Weed quería tener el poder.
Arvin camina hacia el sofá y se sienta con pesadez. –No sabes nada, Perdiz. Es la misma vieja mierda. Sigues paseándote por ahí, siendo el hijo de Willux, y no hiciste nada de la tarea.
Perdiz se sienta frente a Weed de nuevo. Presiona sus palmas juntas. –Eso no es enteramente verdad. He estado en la cámara secreta de mi padre en el cuarto de guerra. Aprendí un montón allí. De hecho, tu nombre aparecía en un documento.
-¡Por supuesto que lo hacía! Estoy en el centro, Perdiz, y lo he estado por un largo tiempo. Incluso cuando estábamos en la academia, ya estaba metiéndome en los círculos internos.
-Si no sé nada,  Weed, ¿Qué tal si me iluminas? Adelante. Explícamelo.
-Bien. –Dice Weed. –Primero, tu hermana y sus amigos robaron una de nuestras aeronaves. Estaba marcada, por supuesto. Conocemos su ruta. Sabemos a quién contactaron seguramente—cómo descubrieron donde encontrar a estos otros sobrevivientes es un misterio—pero resulta que ellos sí hacen su tarea.
Perdiz ignora la indirecta. -¿De qué diablos estás hablando? ¿Una ruta?
-Atravesando el Océano Atlántico, están en su camino de vuelta.
Perdiz ríe. Es ridículo. -¿El Atlántico? ¿En una aeronave? No es posible.
-La llevaron a Newgrange, una de las locaciones especiales de tu padre. Si estuviste en su cámara interior, entonces sabes que salvó un par de lugares sagrados y a la gente lo suficientemente suertuda para estar allí en el momento correcto.
Newgrange. Perdiz piensa en todas las lecturas de Glassings sobre las antiguas colinas de entierro y la obsesión de su padre desde la niñez con los domos. –Pero Pressia, Bradwell, Il Capitano y Helmud—¿Fueron hasta allí y volvieron?
Arvin asiente.
-¡Foresteed debería haberme dicho todo esto!
-Estoy seguro de que está en sus reportes.
-¡No los leo! -Dice Perdiz más para sí mismo que para Weed.
-Y allí. Probaste mi punto.
-Newgrange, -Dice Perdiz. –En una aeronave. –El mundo parece abrirse. Pressia, Bradwell, Il Capitano y Helmud—atravesaron un océano. –Dios mío. –Susurra. -¿Pero aún no volvieron? Suena peligroso.
-Bueno, llegaron hasta allí y ahora están en el aire de nuevo. La pregunta es por qué ¿Qué pensaron que encontrarían allí? ¿Y tuvieron éxito?
-¿Está Foresteed en esto, rastreando su progreso?
-A Foresteed no le importa mucho tu hermana y sus amigos. Tiene otros intereses.
-¿Cómo cuál?
Arvin sonríe. –Puedes preguntárselo tú mismo.
-Arvin, escucha. Creo que podríamos lograr un consejo juntos—gente del exterior y del interior sentándose a hablar. Podemos ayudar a cada lado a entenderse mutuamente. Allí es donde mi padre verdaderamente falló. Esta gente se está suicidando, pero si conocieran a alguien de allí afuera, si conocieran a Pressia…
Weed lo interrumpe. –Eso es lindo, Perdiz. Pero no funcionará.
-¿Por qué no?
-Mientras los Miserables lleven nuestra historia en común en su piel, no habrá paz. Culpa, Perdiz. No puedes vivir con toda esa culpa sin querer culpar a las víctimas y exonerarte a ti mismo. Naturaleza humana.
-Pero…
Weed menea la cabeza, sonriendo. –Este es un ejemplo. Quieres que saque a esta gente de suspensión ¿Qué diablos vamos a hacer con todas estas personas? ¿Eh? Algunas están deformadas. Algunas incluso son Miserables ¿Qué vas a hacer? ¿Obtenerles trabajo? ¿Mandarlos al almacén?
-¿Por qué no?
-He pasado los últimos días cosiendo muñecas cortadas, mirando heridas grandes y abiertas de bala, bombeando estómagos, todo por ti.
-Espera. –Dice Perdiz. Es la segunda vez que Weed lo responsabiliza por las muertes. No es completamente justo. –Mi padre no debería haberles forzado mentiras por la garganta.
-Así que, mientras yo estaba limpiando el desastre, ¿tú estabas ocupado racionalizándolo todo? ¿Es así como pasaste tu tiempo?
-No, te dije que fui a la cámara secreta de mi padre, y sé que él sabía que había cometido un error. Sabía que el fin estaba llegando.
-Y allí es donde viste mi nombre ¿Eh? –Weed se alisa el pelo, frota su cabeza. –Sí, recuerdo ese reporte. Bastante aleccionador. Así que, después de todo, no somos la raza superior. Imagínate cómo se sintió tu padre cuando se enteró. –Weed ríe, pero ya no tiene esa sonrisa persistente.
-No sé ni siquiera qué lo hizo pensar que éramos superiores en primer lugar. Nunca lo entenderé.
-¿Es eso lo que quieres de mí? ¿Un psicoanálisis de tu padre?
-No pediría eso de mi peor enemigo. –Dice Perdiz. –Pero sé que si no le gustaba una verdad, encontraba la manera de cambiarla. –Perdiz saca de su bolsillo la hoja con información científica que tomó de los archivos. No quiere mostrársela a Weed, pero, ¿A quién más? –Explícame esto.
Weed agarra la hoja, la mira y se la devuelve. –Es una receta.
-¿Para hacer qué?
-Gente.
-No lo entiendo ¿Gente?
-¿Por qué lo harías? Estás haciendo una persona al viejo estilo ¿o no? embarazando a alguien.
-Conoces su nombre. Ella no es simplemente alguien. Sólo explica la ciencia, ¿Sí?
Weed sonríe, feliz por haber hecho enojar a Perdiz, y se reclina contra el sillón. –Esta era su receta para hacerlos desde lo básico. Un poco de ADN de Puros, un poco de la semilla más dura, los Miserables. Un poco de clonación, algo de crecimiento.
-¿Vos le diste esta receta?
Weed ríe. –Esas cosas son muy avanzadas ¿Quién sabe de dónde la obtuvo? Pero no de nosotros. No. Es arte elevado.
-Así que iba a empezar a construir su propia súper-raza de cero.
-Él no iba a empezar a hacerlo. Está en progreso. De hecho, estaba contigo cuando los viste.
-¿Verlos? ¿A quiénes?
-Tal vez es uno de los agujeros que todavía no se aclaró. Además, estabas un poco sedado. Estábamos llevándote a purificarte.
-¿Quieres decir cuando casi me ahogan?
-Tu padre prefería el término bautismo.
-¿A quién vi? ¿En dónde?
-Los bebés—filas y filas de pequeños bebés.
Y entonces Perdiz lo recuerda, claramente. El banco de ventanas como una sala de maternidad gigante, pero todos los bebés eran prematuros, chiquitos, retorciéndose, algunos chillando, algunos plácidos y quietos. Bebés. Él estaba acostado—no, atado—rodando… siendo llevado en una camilla.
-El Nuevo Edén merecía sus propios Adanes y Evas. –Dice Weed. -
Willux también se dio por vencido con la gente de la Cúpula—somos débiles y vulnerables con pulmones delicados y corazones irritables. Empezó a odiarnos cerca del final, Perdiz. Y cuando saliste y sobreviviste, estaba orgulloso de ti. Ni siquiera tenías ningunas de las cosas de la codificación de tu hermano. Sólo estabas allí afuera, desentrenado y solo y sobreviviendo. Deberías haberlo escuchado hablar sobre ti. –Weed parece enfermo al recordar. Y a Perdiz le cuesta creer. Su padre siempre estuvo decepcionado de él. Pero entonces piensa en el cuarto de guerra, todas esas fotos de su niñez, todas las cartas de amor. Quizás su padre ocultaba su amor y orgullo bien.
Aun así, Perdiz no está seguro sobre qué pensar. Los sentimientos de su padre hacia él son tan retorcidos y difíciles de determinar. –Nunca me dijo que estaba orgulloso de mí. Nunca. –Excepto al final, justo antes de morir—sabiendo que Perdiz lo había envenenado—le dijo: “Eres mi hijo. Eres mío”—lo que hizo que se sintiera como su padre, por primera vez, vio algo que era un reflejo de él mismo. Cuando Perdiz piensa en ello ahora, es como si Willux le estuviera diciendo que son iguales, tal vez incluso que está destinado a volverse su padre, lo que sería un gran elogio para este último. –Sólo se amaba a sí mismo.
-Bueno, los nuevos Adanes y Evas se volvieron su gente, su esperanza. Eran el futuro. –Weed se levanta. –Deberías cuidarte.
-¿Qué hay del pequeño Jarv Hollenback? ¿Lo sacaste de suspensión? ¿Está con sus padres?
Weed asiente.
-¿Estaban los Hollenback felices por tenerlo devuelta en casa? –Es una pregunta estúpida, pero Perdiz quiere algo bueno—algún efecto positivo de él estando allí, incluso si es pequeño.
-Bueno, la Sra. Hollenback…
-¿Qué?
-Está en el hospital
-¿Trató de…?
-Casi lo logra.
Recuerda la última vez que la vio—en la cocina, sus manos manchadas de harina, pánico tintaba su voz. Que suerte la nuestra, decía. Que suerte la nuestra. Y quería desesperadamente decirlo en serio. La Sra. Hollenback, quién enseñó Historia de la Doméstica como una forma de Arte—la recuerda cantando sobre un muñeco de nieve ¿Cómo trató de hacerlo? No quiere imaginarlo. Había recuperado a Jerv ¿Por qué haría esto ahora? ¿A dónde fue su resistencia, su deseo de vivir? –Quiero ver a la Sra. Hollenback, antes que nada. –Se frota las manos, pensando en culpa y sangre. –Y quiero ver la maternidad. No quiero más generalización por parte de Foresteed, no más data. Quiero ver a la gente.
-¿Estás seguro?
-Sí.
Weed parece apreciar esto. –Está bien.
-¿Crees que la boda ayudará—en nada? Quiero decir, ¿Realmente necesitan una distracción?
-Les sacaste todo. El casamiento les da algo con lo que orientarse nuevamente. –Perdiz asiente. Esperaba que Weed le diera una razón para echarse atrás. –De todas formas, ¿Quién no querría casarse con Iralene?
Perdiz lo mira. Se siente repentinamente adormecido. –Sabes dónde está mi corazón.
Weed se rasca la cabeza y se encoje de hombros. –Cada quien a lo suyo.
-Quiero que me lleves a la maternidad, ahora. –Dice Perdiz. –Necesito ver cosas con mis propios ojos.
Weed inclina la cabeza. –Y yo quiero hablar con tu hermana, Perdiz. Si no estrellan esa nave, quiero saber lo que sabe.
-¿Piensas que chocarán?
-¿Quién sabe si tienen un piloto real a bordo? Las probabilidades son pocas, ¿O no?
Pero Perdiz no está tan seguro. Inmediatamente piensa en Il Capitano y en cuánto amaba su auto. Se volvería loco por una aeronave. De ninguna forma no estaría en los controles ¿Es bueno en ello? Perdiz no lo sabe realmente, pero siente un arrebato de confianza por Il Capitano solamente basado en el poder de voluntad de Il Capitano. –No puedo decirte si mi hermana sabe o no algo.

-Créeme. -Dice Arvin. -¡Lo hace!

sábado, 21 de junio de 2014

Arder/Quemar - Capítulo 13: Reflejo - TRADUCIDO - Julianna Baggott

PRESSIA
REFLEJO
El aire está estancado y los motores son ruidosos. La aeronave se zarandea en el viento. El viaje entero toma cincuenta horas. Revisó la caja de metal algunas veces, tocando el vial y la fórmula—ambos intactos, gracias a dios; se ha vuelto un hábito nervioso. Ya pasó mucho del tiempo, pero aun así, las horas que quedan—¿Cuántas, exactamente?—se alargan ante Pressia sin descanso. En una mano, sólo está la vista por la claraboya del centelleante mar; en la otra, la nave es peligrosa. Il Capitano es un piloto novato, y estaba enojado cuando se dio cuenta que regresarían sin sus armas. Se veía perdido y desesperado. -¿Cómo demonios espera Kelly que lleguemos a ninguna parte sin pistolas? –Se calmó lo suficiente para despegar, y, ocasionalmente, suelta boyas de seguimiento reflectoras de láser. El sonido es ensordecedor mientras son lanzadas de la aeronave, iluminando las claraboyas y haciendo a la nave en sí misma traquetear. Podían morir aquí afuera—desplomarse, estrellarse y después hundirse, sin sonido, en el suelo oceánico. Esto le asusta, pero le ha temido a la muerte por tanto tiempo que ya no tiene tanto poder sobre ella como una vez lo hizo.
En su lugar, el sofocante sentimiento que tiene en el pecho—implacable y horrible—es por Bradwell. Él está sentado sólo al otro lado del pasillo, e, incluso aunque le salvó la vida, no han hablado ¿Cómo se siente estar atrapada en un espacio pequeño con alguien que la odia? La hace querer ser más y más pequeña hasta desaparecer.
Espera al momento en el que Bradwell baje la guardia un poco, en el que se suavice, se abra. Pero incluso mientras duerme, parece enojado. Su entrecejo se frunce en sueños, tal vez pesadillas. Patea sin descanso. Es duro para él simplemente sentarse en el asiento. Tieso e incómodo, sus alas parecen empujar sus hombros hacia adelante, forzándole a encorvarse.
Il Capitano y Helmud están en la cabina de mando con Fignan a su lado. Il Capitano está cantando canciones viejas—aunque nada de amor. Asume que está siendo cuidadoso.
Pero no hay tiempo para cuidarse del otro. Deben hablar sobre su próximo paso.
-¡Bradwell! -Dice Pressia.
No se mueve.
-¡Bradwell!
De nuevo, nada.
Se desabrocha el cinturón, cruza el pasillo y le sacude el hombro. -¡Bradwell, despierta!
Se despierta del sueño de la forma en la que lo solía hacer en el cobertizo mohoso donde se recuperó después de que casi mueren congelados en el suelo del bosque—sus brazos y piernas se sacuden y jadea en busca de aire. -¿Qué? ¿Qué pasa?
-Tenemos que hablar.
Mira a su alrededor, con los ojos bien abiertos, y luego a la claraboya—seguramente sorprendido de encontrarse en una aeronave cruzando el océano. –No quiero hablar sobre nosotros. –Dice. –No puedo.
-No sobre nosotros. –Dice ella, pero desea que pudieran hablar sobre lo que significan para el otro ¿Alguna vez lo harán? –Necesitamos un plan. Tenemos que hablar con Il Capitano y Helmud también.
Él se frota los ojos y asiente. –Tienes razón.
Bradwell sigue a Pressia a la cabina de mando. Il Capitano está cantando, y Helmud parece estar tarareando una harmonía. Es hermoso. Fignan parece estar en modo dormido, como si el canto lo hubiera apaciguado. Odia interrumpir.
La puerta está abierta, pero golpea de todos modos.
Él se detiene a mitad de una nota. –Pensé que estaban dormidos.
-Yo lo estaba. –Dice Bradwell. Con Pressia entran a la cabina. Él apenas cave en el espacio. Sus costillas, pecho y hombros se ensancharon. Sus alas son espesas y se arquean a su espalda.
-Debemos pasar a ver a Hastings. -Dice Pressia agarrando la espalda del asiento de copiloto vacío.
-Tendríamos que aterrizar en Crazy John-Johns y después despegar nuevamente. –Dice Il Capitano nervioso.
-No podemos dejarlo allí. –Dice Bradwell.
-No estaba diciendo que lo abandonaría. Es sólo un riesgo—eso es todo. Si nos aterrizamos/estrellamos como lo hicimos la última vez, no tendremos a nadie que nos ayude. Deberemos volver a casa a pie a través de un territorio en el que apenas sobrevivimos la primera vez.
-No tenemos opción. –Dice Pressia. –Nos necesita, y podríamos necesitarlo a él también.
-¿Necesitarlo para qué? –Pregunta Il Capitano.
Pressia suspira. –Voy a entrar a la Cúpula. Tengo que hablar con Perdiz. Debo llevarle la cura a la gente correcta dentro. –En ningún momento se suelta la mochila.
-Asumes que hay gente correcta en el interior. –Dice Bradwell.
-Gente correcta. –Dice Helmud con optimismo.
-No pueden ser todos malos. Y ahora que Perdiz está a cargo, estoy segura de que…
-Yo no estoy seguro de nada. –Dice Bradwell. -Kelly sabía que Willux estaba muerto, que Perdiz estaba a cargo, ¿Entonces por qué no ha escuchado sobre una nueva orden en la Cúpula?
-Tal vez Perdiz no tuvo tiempo. –Dice Pressia enojada. –Tal vez su plan está en marcha ¡O quizás empezó a hacer verdaderos cambios, pero decirle a Kelly, a un océano de distancia, no es su mayor prioridad justo ahora! -Se gira hacia Il Capitano. –Crees en Perdiz ¿No?
-Siempre dudo de la gente. –Dice Il Capitano. –Sobreviví por no creer en otros humanos.
Pressia lo entiende. Ella es alguien que decepcionó al Cap; no lo ama de la manera que él a ella.
-¿Cuál es su plan? ¿Derribar la Cúpula y que haya una guerra civil? ¿Más sangre, más muerte? –Les pregunta Pressia.
-Si quieres ponerte de su lado, adelante. –Le dice Bradwell a Il Capitano. –Cómo te sientes con respecto a ella ya no es un secreto. Haz lo que quieras.
A Pressia le sorprende que Bradwell haya dicho esto en voz alta. Mira a Il Capitano. Tiene los cachetes sonrosados. Él tose en su puño y mira fuera por el parabrisas. Están atravesando un banco de nubes.
-Solamente quieres que prueben que tienes razón después de todos estos años. –Le dice Pressia a Bradwell. –Tomarás justicia sobre paz, incluso si eso significa que va a morir gente.
-No estoy tratando de probar que tengo razón. La tengo. Hay una diferencia. La verdad es importante. –Dice Bradwell. –La historia es importante.
-Il Capitano hará lo que piense que es correcto—justicia o paz, -Dice Pressia. –Confío en él para que tome la decisión.
-Paz. -Dice Helmud, dando su voto.
A Pressia le alegra que Helmud esté de su lado. –Bien. –Dice Pressia. –Gracias.
-¿Cap? -Dice Bradwell.
-No, -Dice Il Capitano. –No voy a elegir entre ustedes. Debemos estar unidos en esto.
Bradwell mira por el parabrisas, y Pressia sólo puede ver su perfil, las cicatrices gemelas recorriéndole una mejilla. Él dice. –Mi madre murió agarrada a la camisa de mi padre. Sus ojos seguían abiertos, mirándolo, como si hubiera muerto rogándole que siguiera vivo. Pero murieron Puros, por dentro. –Se golpea el pecho. –Murieron como eran, luchando por revelar la verdad. –Se frota los nudillos y dice. -¿Qué soy yo? -Sus alas se tuercen a su espalda. –Soy un cuento de hadas que los padres les cuentan a sus niños para asustarlos y que tengan cuidado en la vida. No soy real.
Pressia se lo imagina como un niño pequeño corriendo por la casa y llamándolos con creciente pánico.
Algunas veces se le olvida el chico que una vez fue—quien fue enviado a vivir con sus tíos, quien corría por una bandada de pájaros cuando las Detonaciones ocurrieron, quien encontró su camino de vuelta a la casa de sus padres, al cofre en el cuarto seguro, quien se las arregló solo por años. Ella ama a ese niño. Ama el hombre en el que se convirtió—complejo y terco. -Eres real. Eres la misma persona.
Él sacude la cabeza. -No. Ese Bradwell se ha ido.
-¿Qué significa eso? –Pregunta ella.
-Lo que realmente me mantuvo andando todos estos años son la verdad y justicia. Podía mirar a la Cúpula, su cruz brillante, en cualquier momento, y tenía todo lo que necesitaba para sobrevivir. Mataron a mis padres.  Se encerraron en su perfecta pequeña burbuja y destruyeron al mundo. Soy un Miserable. Eso es lo que me hizo Puro ¿Y ahora? Con esos químicos dentro de mí ¿Qué es lo que soy?
-Todavía eres tú mismo. –Dice Pressia. Quiere decir más. Quiere decirle que es real, que lo ama. Pero su espalda está tensa. Sus ojos miran al cielo. Está distante. Dice. –Tienes toda la razón para odiarme.
-No te odio. Desearía poder hacerlo.
-Miren. –Dice Il Capitano. –Alguien tiene que comprometerse.
La cabina está en silencio.
-Aquí está mi compromiso. –Rompe Bradwell el silencio. –Sólo sobre mi cadáver saldrán los Puros de esto como héroes. –Mira a cada uno a los ojos y se va.
Pressia mira el parabrisas que sostenía su reflejo. Ahora es una pantalla negra temblando con nubes ocasionales. Él había bajado la guardia. Habló sobre haber encontrado a sus padres muertos. Desea haber dicho algo diferente, pero ¿qué?
Se gira hacia el reflejo de Il Capitano. Él atrapa su mirada y sonríe tristemente. -Perdón. –Dice. –Por todo. No debería haberlo empujado al…
-No. –Dice ella. –Está bien.
Helmud se estira, le roza el cabello y aparta la vista tímidamente.
Ella ve su propio reflejo y piensa en el juego de rimas que los chicos jugaban en el campo.
Mira tú reflejo. Halla tu pareja. ¡Encuéntrate! ¡Encuéntrate! ¡No quedes al final!
Alza la cabeza de muñeca ¿Quién sería sin ella? ¿Más ella misma o menos? No puede imaginarse cómo debe de ser para Bradwell—su cuerpo no es el suyo propio. Piensa en su propio ADN, las instrucciones sobre cómo construirla a ella, y solamente a ella. Pelo, piel, sangre.
Y luego recuerda el cepillo en su cuarto, cómo nunca tenía un sólo pelo en él a la mañana siguiente ¿Tomaron su ADN? ¿Habrán réplicas de ella—allí afuera—algún día? La idea la aterroriza en formas que no puede entender. ¡Encuéntrate! ¡Encuéntrate! Ella no sabe realmente quién es. Tampoco Bradwell ¿Alguien lo hace?
Il Capitano dice: -Estamos sobre tierra.
-Tierra, -Dice Helmud, como si le ordenara a su hermano que aterrizara. -¡Tierra!

Pressia se quita la mochila y se la abraza al pecho. Mira por el parabrisas al horizonte irregular. Desde aquí, se ve pacífico y en calma. Pero ella sabe que allí pululan Bestias y Terrones. La tierra en sí misma está viva—odiosamente viva. Tal vez la venganza es parte de todos ellos.

Arder/Quemar - Capítulo 12: Un Cuento de Hadas - TRADUCIDO - Julianna Baggott

LYDA
UN CUENTO DE HADAS
Lyda y Perdiz no han comido ni dormido bien en días—no desde que el hombre se tiró frente al tren. Los números de suicidio crecen. Perdiz pujó por la reunión con Foresteed porque quiere información clara, más estadísticas, un plan para acabar con lo que ahora es, claramente, una epidemia.
Se encuentran en la oficina de Foresteed, harta de mobiliaria devota al pasado y a la Cúpula.
-Nunca estuve aquí dentro antes. –Susurra Perdiz. Lyda tampoco lo ha estado, por supuesto. La asistente de Foresteed les ofreció un asiento donde esperar, pero no pueden evitar deambular, pensando en todo.
Carteles de reclutamiento para la Ola Roja Honesta están enmarcados en las paredes—hombres jóvenes con la mandíbula fuertemente apretada hombro con hombro, con una ciudad en llamas al fondo: UNETE AHORA, ANTES DE QUE SEA DEMASIADO TARDE… En la mezcla, hay un folleto tríptico enmarcado celebrando la inauguración del museo de la Ola Roja Honesta. Lyda le da un vistazo al texto, recordando levemente su propia niñez.
¡Dentro del museo, actores en vivo representan obras ambientadas en los tiempos problemáticos cuando criminales de ideas peligrosas vagaban por nuestras calles, cuando el feminismo no alentaba propiamente a la feminidad, cuando los medios de comunicación saboteaban al gobierno en sus verdaderos esfuerzos reformadores, cuando el gobierno no tenía el poder para proteger por completo buenos y trabajadores ciudadanos, del daño, y mucho, mucho más!¡Únetenos en el pasto para una reconstrucción histórica en un entorno completamente envolvente!¡Anima a los soldados de la Ola Roja Honesta mientras vencen a manifestantes y criminales y otros elementos malvados! Prepárate para asombrarte por nuestro creciente Sistema de prisiones, nuestros centros de rehabilitación, nuestros asilos para los difuntos… ¡Trae a tus estudiantes a esta oportunidad educativa! ¡Familias, pasen tiempo juntas uniéndose sobre el oscuro pasado reciente y nuestro esperanzador futuro! Compren en nuestra patriótica tienda de regalos de la Ola Roja Honesta. Chicos menores de 12 entran gratis.
A Lyda le da un escalofrío.
Perdiz se le acerca por detrás. –Fui de niño ¿Y tú?
Ella sacude la cabeza. –Mi padre no me dejaría. Creo que tenía algunas ideas ocultas propias sobre la Ola Roja Honesta. Puede ser por eso que ya no está con nosotros.
Lyda se mueve hacia un gabinete de vidrio protegiendo ediciones envueltas en cuero de: El manual académico para niñas, El manual académico para niños, y El Nuevo Edén: Prepara Tu Corazón, Mente y Cuerpo—un libro dado a cada dueño de hogar en la Cúpula. Detalla instrucciones sobre el tiempo de volver a vivir en el exterior, y también una lista de rasgos de carácter que deberían ser cultivados y alabados—fidelidad, devoción, pureza de corazón. Lyda recuerda la copia de su familia, prominentemente exhibida sobre el mantel para que la pueda ver cualquier invitado.
En otra caja de exposición hay viejos uniformes y recortes de periódicos sobre los planes de construcción de la Cúpula. Uno incluye una foto del padre de Perdiz en una ceremonia de apertura.
-Me pregunto si Foresteed alguna vez se casó. –Dice Lyda. -¿Tuvo una familia? ¿No lograron entrar?
-No sé. –Dice Perdiz. –No lo conocía por aquel entonces.
-Lo extraña. –Dice Lyda. –Los asilos, las batallas, las prisiones. Extraña la opresión en masa.
-Está enfermo de la cabeza. –Agrega Perdiz.
Lyda camina hacia el escritorio de Foresteed y se inclina sobre él. Hay un pilón de autorizaciones de padres para codificación—las firmas garabateadas como si pudieran elegir—y luego ve un archivo con su nombre en la etiqueta. De pronto, todo se siente más personal, situándola al límite.
Alza la carpeta levemente. Es su evaluación psicológica del centro de rehabilitación.
-¿Qué? –Susurra.
Perdiz está al otro lado de la habitación, concentrado en artículos de diario sobre su padre. Lyda toma la carpeta con rapidez.
Razón a referirse: se cree que Lyda Mertz sufre de un trauma emocional debido a un evento en el que participó de un robo y desaparición de un compañero de clase, Perdiz Willux…
Debajo de FUENTES DE INFORMACIÓN, hay una lista de todos los que entrevistaron y depusieron—sus maestros, la Srta. Pearl y el Sr. Glassings; algunas de sus compañeras; su madre; su pediatra. Hay resúmenes de sus reportes y luego una lista de pruebas psicológicas—todas dispensadas ¿Por qué? Porque las habría pasado. No estaba loca.
Un equipo que la entrevistó cuando fue traída al centro de rehabilitación describe a Lyda en su entrevista.
La Srta. Mertz estaba agitada y nerviosa… fácilmente distraída por la imagen de la ventana y frecuentemente se frotaba las rodillas con las manos. Estaba consciente de su cabeza rasurada y la mantenía cubierta. No mantuvo contacto visual consistente… una entrevistada reluctante… Encontró doloroso hablar de su padre y su muerte. No quería discutir las dificultades de ser criada por una madre soltera. Habló brevemente sobre su vida en la academia, diciendo que estaba “bien” y que había estado “feliz, ya sabes, más o menos”.
Estuvo feliz, más o menos, pero sólo porque no sabía lo que era la felicidad. No la entendía porque nunca tuvo la libertad de tomar sus propias decisiones, de elegir una vida.
La libertad y felicidad están entrelazadas—una no puede realmente existir sin la otra.
Se ve a sí misma en el ojo de su mente—esa niña callada y asustada en el centro de rehabilitación, avergonzada y humillada. No quiere volver a sentirse de esa forma de nuevo.
Lyda lee algo del denso lenguaje medico sobre su diagnóstico, no suena para nada verídico.
Y entonces las conclusiones.
Diagnóstico a corto plazo: Creemos que debido al pensamiento desilusionado de la Srta. Mertz, desobediencia deliberada, omisión de reglas y leyes, nuevo historial criminal y profundo nivel de negación, es una amenaza para sí misma y otros…
Sacude la cabeza. No, no es verdad. Para nada.
Diagnóstico a largo plazo: Creemos que la Srta. Mertz posiblemente no sea jamás capaz de una transición devuelta a la sociedad normal. Sus prospectos de encontrar pareja—a luz de sus deficiencias psicológicas—son remotas. No creemos que vuelva al nivel de completa participación y contribución como miembro de la comunidad. Sugeriremos—sujeto a análisis posterior—que sea considerada inapropiada para compañerismo. Fuertemente urgimos que no le sea dado el derecho a procrearse, al ver su debilidad psicológica como una posible raíz con origen genético del lado paterno.
Determinación Final: institucionalización de por vida.
Lyda baja la carpeta, se aleja del escritorio. Se siente atrapada de nuevo, como lo hacía en el centro de rehabilitación. Recuerda las sombras de las aves falsas moviéndose a través del recuadro de luz que se suponía que recordaba a los pacientes del sol. Quiere llamar a Perdiz, mostrarle la carpeta, pero no puede. Hay algo de vieja vergüenza dentro suyo. Profesionales pensaron estas cosas sobre ella—inapropiada para compañerismo, no le sea dado el derecho a procrearse… Quiere esconder esto de Perdiz.
¿Por qué anunciar que esta era una determinación, su futuro muerto?
¿Por qué está esto en el escritorio de Foresteed?
Susurra: “La Srta. Mertz posiblemente no sea jamás capaz de una transición devuelta a la sociedad normal.” Y se pregunta si esta es la cosa más cierta que jamás haya leído. Ahora que estuvo fuera en lo salvaje, ¿Podría sobrevivir aquí—incluso con Perdiz a su lado?
Camina hacia él ¿Lo necesita aquí dentro de una manera que no lo hizo allí afuera? Solía no tener miedo, ser audaz y fuerte. Extraña sus lanzas. Extraña a las Madres y al olor a bosque y a la forma en la que la ceniza gira en el aire. –Perdiz. –Dice.
Él se gira y la mira, su rostro ansioso y alerta. -¿Qué pasa?
Y entonces se abre la puerta y Foresteed—esbelto y bronceado—da una zancada dentro del cuarto. -¡Siéntense! Pónganse cómodos.
-No es realmente posible. –Dice Perdiz. –Necesitamos el nuevo conteo de suicidios ¿Todavía sube?
Foresteed se sienta en su escritorio. Mira la carpeta como si supiera que no está en el punto exacto donde la dejó. Observa a Lyda.
Ella aparta la vista y toma asiento en una de las sillas de cuero.
-El número sólo empeoró. -Dice Foresteed. –Y estamos sobrecargados en todas las facilidades, tratando de cuidar a aquellos que lo arruinaron todo. –Casi ríe.
-Haré cuanto pueda para ayudar en la situación. –Dice Perdiz. –Excepto, bueno, ya sabes qué pienso sobre retractarme. No puedo hacerlo.
-Por supuesto que no. -Dice Foresteed. –El daño está hecho, ¿o no?
Perdiz mira sus manos. Ha estado retorciéndose de la culpa. Lyda le trató de decir que no hay forma de que hubiera podido saber que la gente empezaría a suicidarse, que no es su culpa. Pero nada ayudó.
Foresteed golpea el escritorio con los nudillos como un martillo. –Creo que hay cosas que podemos hacer.
Perdiz se sienta e inclina hacia delante. -¿Cuál es el plan?
-Debes ofrecerles alguna parte de la verdad, Perdiz. Tienes que hacerles sentir que pasará algo de lo que les fue prometido, algo que reconozcan. Y sería genial si fuera también algo que los distrajera, dales una pequeñez que celebrar.
Foresteed toma la carpeta con la evaluación psicológica de Lyda, golpeando el escritorio. –Purdy y Hoppes tienen una muy buena sugerencia, y quieren que te diga que consideres…
-¿Purdy y Hoppes? Se supone que trabajan en la historia para que Lyda y yo podamos estar juntos.
-Como puedes imaginarte, todo eso está en espera. -Foresteed mira a Lyda.-Ahora no es el momento.
Lyda se siente azorada repentinamente. Es la madre soltera de nuevo, una vergüenza para su familia, su escuela. Se recuerda rápidamente que está orgullosa de quién es y cuán fuerte se volvió, pero la vergüenza no escucha lógica ¿De dónde viene? ¿Por qué es tan incontrolable y repentina? Foresteed parece saber exactamente qué decir para impulsarla. –Está bien. –Dice Lyda, tratando de sonar segura. –No estamos en ningún apuro. La mayor prioridad aquí es salvar vidas.
Foresteed apenas le presta atención. –Es serio, Perdiz. Purdy y Hoppes quieren que te pregunte si estás dispuesto a revertir el curso un poco. Hay demasiado para ser ganado de un personaje público que está más en línea con lo que le fue prometido a la gente. Románticamente hablando…
Perdiz parece saber exactamente lo que Foresteed sugiere. –No. –Dice.
-No ¿Qué? –Le pregunta Lyda. Es como si la estuviera excluyendo de la conversación. –No te ha preguntado nada aun.
-Sé qué preguntará y la respuesta es no.
-Perdiz. –Dice Lyda. –Gente se está suicidando, están muriendo. Chicos encuentran a sus padres en bañeras llenas de sangre. Si puedes hacer algo sin retractarte de la verdad, entonces tendrías que hacerlo. Debes hacerlo. –Toma su mano.
-Lyda. –Dice Perdiz. -¿No sabes que sugerirá?
-No, no lo hago.
-A la gente les fue contado un cuento de hadas. –Dice Foresteed. –Quieren un “felices por siempre”. Quieren algo que haga parecer que las cosas volverán—incluso aunque no lo hagan.
-¿Un cuento de hadas? –Dice Lyda. -¿Un felices por siempre?
-Purdy y Hoppes me dijeron que te preguntara. No fue mi idea. –Dice Foresteed golpeando los dedos en la carpeta. –Pero no es mala, considerando que realmente no tenemos otra ¿Por qué no darles una boda? La que les fue prometida.
Lyda mira a Perdiz. Suelta su mano. Entrelaza sus dedos y los mira. -Iralene. –Quiere asegurarse de entenderlo.
-Iralene. -Dice Foresteed.
-Una boda. Perdiz e Iralene, -Dice, su voz ahora un susurro. Presiona su mano contra su frente. Su piel está fría y húmeda.
Foresteed habla rápidamente. –Podemos trasmitir una conferencia de prensa en una hora. Sentimos que lo distraerá, como poco, y detendrá la explosión de muertes. Debemos hacer algo. –Y luego aspira profundamente y suspira. -¿Quieres que tu propio niño nazca en un mundo con tanta inestabilidad, violencia y muerte?
Lyda odia que Foresteed siquiera hizo mención a su hijo. Se siente repentinamente protectora. –Esto no es sobre mi niño. –Dice.
-Bien, entonces piensa en los chicos de las otras personas. –Dice Foresteed. -Los que crecerán sin uno de sus padres—como tú, perdiendo a tu padre tan joven.
Sabe que Foresteed trata de manipularla, y lo odia por eso, pero extraña a su padre y quiere que estas muertes innecesarias acaben. Él le sonríe grotescamente.
-Es sólo un cuento de hadas. –Dice Lyda. –Quieren un cuento de hadas. Un “felices por siempre” ¿Puede ser un casamiento temporal hasta que las cosas se estabilicen de nuevo?
-Exactamente. –Dice Foresteed.
¿Entonces por qué siente un pozo tan profundo de tristeza dentro suyo?
-No tenemos que hacerlo. –Le dice Perdiz. –En serio, no tenemos.
-Gente saltó de techos. Hay armas siendo disparadas en habitaciones. –Mira a Perdiz. No hay nada más. Él aspira pero no dice nada. Se gira hacia Foresteed. -Hazlo, -Dice. –Diles lo que quieren. Ve si funciona.

Hay un silencio y después Lyda le susurra a Perdiz. –No más sangre en tus manos. No más.